viernes, 26 de junio de 2020

Recibir a Dios. Sobre el sermón Quasi vas auri... de Meister Eckhart


En el sermón Quasi vas auri solidum ornatum omni lapide pretioso, precisa Eckhart que no se debe comparar la nobleza de los santos. Sin embargo, se asemejaría San Agustín a un recipiente de oro firme y durable que encerraría la nobleza de las piedras preciosas.

Valorado el recibir y el contener, polariza Eckhart al distinguir entre el acto de recibir, por parte del alma buena, y el de entregarse Dios, para forjar la noción de la igualdad por la imagen de aquello a lo que se está apegado o por lo que se es.

No se trataría más que de renunciar a todas las cosas para tomarlas sin mediación del espacio o del tiempo, en tanto el alma lleva la imagen de Dios.

Eckhart comienza por criticar cualquier tipo de igualdad distinta de la del alma que lleva impresa la imagen divina, y la caracteriza por la inmediatez espontánea, en tanto afirma que la voluntad no media entre la imagen que atrae y el alma, pero tampoco participa el conocimiento o saber alguno.

De modo que, en un primer momento, se enfatiza en la distinción, en la diferencia, no en la identidad, entre la imagen de Dios impresa en el alma, y el conocimiento o la voluntad:

Debéis saber que la simple imagen divina, que está impresa en el alma en lo más íntimo de la naturaleza, se recibe inmediatamente; y lo más íntimo y lo más noble que existe en la naturaleza divina, se configura por excelencia en la imagen del alma, y allí no es mediadora ni la voluntad ni la sabiduría, como dije antes: si allí la sabiduría es mediadora, entonces es la imagen misma” (p. 395).

La imagen de Dios impresa en el alma no surge por la sabiduría, por lo que no conviene tomarla por una representación, aunque sí intervenga una suerte de racionalidad por la que se configura la nobleza y la excelencia. En un segundo momento, distingue Eckhart entre la imagen de Dios impresa en el alma, y la divinidad misma: Mas, Dios se halla en la imagen mucho más noblemente de lo que la imagen se encuentra en Dios. Allí, la imagen no toma a Dios en su carácter de Creador sino en cuanto ser racional, y lo más noble de la naturaleza divina se configura por excelencia en la imagen” (395-396).

La divinidad se configura en la imagen, pero cabe suponer que esta racionalidad noble de la imagen no se confunde con Dios, por lo que en cierto grado la imagen previene y obstaculiza la unión o la identificación. La imagen no es Dios, ni somos Dios.

Por consiguiente, para Eckhart no hay dificultad con que Dios se dé de forma inmediata en la imagen impresa en el alma, pero sí en el sentido contrario, en el darse del alma hacia Dios, a través de su imagen, presente el escepticismo al indagar sobre la igualdad, de forma que se deriva una dependencia de la imagen de Dios: “… la imagen no existe por sí misma ni está para sí misma. Así como la imagen percibida por la vista, no proviene de la vista y no tiene su ser en el ojo, sino que depende únicamente de aquello cuya imagen es y a lo que está apegado” (p. 396).

De ahí que luego de cuestionar la imagen, Eckhart señale la necesidad de un modo de vida desasido para vivir por Dios, en lo que resulta importante advertir la dureza del desapego, en el dejar de darse a alguien y a sí: “Mira: debes vivir exactamente así como acabo de decir de la imagen. Debes existir por Él y para Él y no debes hacerlo por ti ni para ti ni para nadie” (p. 396-397).

De todos modos, el amor y el apego tienen una relación importante en lo concerniente a la intimidad en la que Dios se entrega al alma desasida, como se aprecia en el ejemplo de la persona que lleva flores a una tumba y le toma aprecio al lugar, o a lo que le pertenece a la persona amada: “Quien tiene un amigo bien querido, ama todo cuanto pertenece a él y no le gusta lo que es desagradable a su amigo”. Igual observa Eckhart de los perros que siguen a su amo.   

No es solo por la tensión entre el desasimiento y el amor que aparece el conflicto, sino por el reclamo de consuelo o dulzura. Parece difícil el desapego y no se puede volver una cuestión de mero intento en la sola práctica, pues el recogimiento y el ensimismamiento no se dan de buenas a primeras: Pero algunas personas se quejan de que Dios no les dé ni ensimismamiento ni recogimiento ni dulzura ni consuelo especial. De veras, esa gente aún anda muy equivocada; uno bien puede dejarlo pasar, mas no es lo mejor”.

Eckhart responde que cualquier configuración interior que no tenga que ver con el Verbo o que consista en un mirar hacia afuera, está mal, pero sin lugar a duda, la exigencia de aniquilación de todo lo creado, incluso del deseo de consuelo interior, exige un proceso arduo en el ámbito íntimo, que excluye toda suerte de interés:

“Mas, algunas personas pretenden mirar a Dios con su propia vista como miran a una vaca, y quieren amar a Dios como aman a una vaca. A ésta la amas por la leche y los quesos y por tu propio provecho. Así hacen todos aquellos que aman a Dios por las riquezas exteriores o por el consuelo interior; y ésos no aman a Dios como corresponde, sino que aman su propio provecho” (p. 398).

Aunque se trata de un sermón místico por excelencia, en el sentido de abordar la unión con Dios, en Quasi vas auri…Eckhart procede más como filósofo que como teólogo, pues cuestiona su principal supuesto, y dejó la formulación del problema para el final, después de haber cuestionado falsos conceptos a propósito del pensamiento y los deseos, examinados a partir de una perspectiva ética, en tanto ocultan, más de lo que develan: “Todo aquello a que tú aspiras en tus pensamientos y que no es Dios en sí mismo, nunca puede ser tan bueno como para no ser un obstáculo para la suprema verdad” (p. 398).

Cabe admitir una dependencia de los sentimientos ligados al recogimiento y el ensimismamiento, con la manera de pensar, desear y actuar, que tiene que ser desinteresada y que requiere más que esperar la entrega inmediata, pues hay que despojarse de las potencias del alma, para obtener, si no la igualdad, por lo menos la impresión de una imagen parecida, que lejos de consistir en una dicha eterna, resulta de la persistencia en el dolor y la desdicha, en alternancia con la dicha y el amor:

“Debes ser perseverante y firme, esto significa: debes mantenerte ecuánime en el amor y el dolor, en la dicha y la desdicha, y debes poseer la nobleza de todas las piedras preciosas, eso quiere decir, que todas las virtudes tienen que hallarse en tu interior y emanar de ti según su esencia” (p. 399).

El desasimiento produce la virtud y altera los sentimientos, no al revés. La virtud por sí sola encubre un interés que empaña la experiencia de recibir y acoger la pureza de la divinidad.     




Meister Eckhart. Tratados y sermones. Trad. Ilse Masbach de Brugger. Buenos Aires: Editorial Las cuarenta, 2013.

martes, 31 de marzo de 2020

Saberes de la felicidad: El buen ánimo en Demócrito




           
El placer y la muerte: una filosofía de vampiros: Dos principios condicionan la ética de Demócrito. Conforme al primero, no existe nada eterno o que permanezca en un estado idéntico, lo que respalda el escepticismo sobre el conocimiento del mundo sensible o de los átomos. Acorde con el segundo, la sensibilidad y el pensamiento se producen a partir de las imágenes externas. A tenor de esta metafísica de las imágenes, con independencia de cualquier realidad, del terreno moral o del acuerdo en la verdad, Demócrito recalca en la diversidad de lo placentero: “671 (68 B 69) Demóc., 34: Para todos los hombres el bien y la verdad son lo mismo; placentero, en cambio, es una cosa para uno y otra cosa para otro” (Santa Cruz de Prunes y Cordero, p. 340).
            No es un asunto de relatividad o subjetividad, sino de variedad que produce una inconexión y divergencia de opiniones. Por lo tanto, al sentido de procurar el beneficio se sobrepone uno primordial: la afección deseable.  “667 (68 A 111) S.E., Adv. Math. VII 140: Diótimo afirma que, según él (Demócrito) hay tres criterios: para la captación de lo invisible, los fenómenos; … para la investigación, el concepto; …para lo que se debe desear o rechazar, la afección, pues es deseable lo que nos atrae y es rechazable lo que nos repele” (p. 339).
            Con independencia del conocimiento oscuro o de uno verdadero, del estatuto que le otorguemos a la apariencia y a las imágenes, si se sigue la interpretación de Aristóteles en la metafísica; para Demócrito, el pensamiento se reduce a una sensación, y las sensaciones a alteraciones, por lo que cualquier conocimiento se obtiene de ellas. De esta manera, las afecciones inciden en las disposiciones, y según estas, se tiene diferente opinión. En consecuencia, nuestra opinión es susceptible de influjo según como las imágenes, a través de las afecciones, inciden en la disposición[1].
            Si el pensamiento y las sensaciones dependen de movimientos del cuerpo, con la edad y según las afecciones se cambia de disposición. En resumen, se piensa de otra manera, producto de las diferentes afecciones e imágenes que alteran nuestras disposiciones, en lo que resulta curioso que Demócrito sostenga que incluso los cadáveres tengan sensaciones. “614 (68 A 117) Alej, Tóp. 21, 21: Según piensa Demócrito, los cadáveres tiene sensaciones” (p. 311).
Una filosofía del placer colinda con otra de la muerte, tras observar que hay vida biológica en el cadáver.
“590 (68 A 160) Tertul., Del alma 51: Platón, en la República, menciona el caso de alguien cuyo cadáver insepulto se mantuvo largo tiempo sin corrupción alguna, gracias a que conservó la individualidad del alma. Al respecto Demócrito agrega el crecimiento, en la sepultura, durante un tiempo, de las uñas y los cabellos” (p. 301).
 La preocupación por la muerte reside en la posibilidad de sentir dolor[2]. Al leer los fragmentos sobre Demócrito, asistimos a los vestigios de la creación de una filosofía en el que la dolencia nos indispone e induce a pensar de otra manera, por la presión de las afecciones sobre el cuerpo, por lo que incluso pudiera instigar también, el dolor, a un cadáver:
            “587 (68 A 117) Aecio, IV 4, 7: Dice Demócrito que todo participa de una cierta alma, incluso los cuerpos muertos, pues visiblemente ellos siempre participan de un cierto calor y de una cierta sensibilidad, aunque la mayor parte se evaporó” (p. 301).
            Se trata de una filosofía en un sentido serio, entendido el vampirismo muy lejos de la fantasía moderna, y tal cual nos previene Nietzsche con premura ética, y que surge en Demócrito, al preguntar por la suerte de imágenes y de afecciones que imbuyen nuestras sensaciones, y que, en definitiva, al alterarnos, cambian nuestra manera de pensar, para nuestro beneficio o perjuicio, según aquello que nos atrae o que repelemos, es decir, en relación con el deseo y el placer.
            En otras palabras, cabe entender que si nuestro deseo fluye hacia algo distinto a lo usual, se transforma la manera de pensar, y, especulando un poco más, también se altera la forma que nos afectan las imágenes de las cosas.

            El alma dispersa por la atracción del placer. Por valorar la libertad, Demócrito estima preferible la pobreza en democracia, si se vive en función la ciudad, en equidad y según el bien común, a la felicidad en el autoritarismo, por lo que hay que castigar al gobernante que actúe mal. Demócrito pensaba la política a partir de las cosas útiles para la vida, en cuanto en la ayuda mutua, el uso cotidiano y la necesidad instruyen con afecto mutuo, pero la prudencia y la previsión condujo a valorar lo superfluo, que antes se desatendía. En un primer momento, se vivía con simpleza, sin muchas estructuras de poder en la sociedad, y sin lujos:
            “720 (68 B 5) Tzetzes, Esc. A Hes. (…) Llevando una vida en común según el destino, vivían con simpleza, sin cosas superfluas y con mutuo afecto; desconocían el fuego, no poseían reyes ni magistrados ni amos, e ignoraban ejércitos, violencias y robos, sabiendo sólo del muto afecto y llevando una vida libre y desprovista de todo lo superfluo”.
            En un segundo momento, la técnica produjo un cambio de deseos, al pretender gozar de más satisfacciones que proveía la técnica:
“Pero cuando se volvieron más prudentes y previsores y descubrieron el fuego, comenzaron a desear cosas más calientes y que requerían, por lo tanto, mayor ingenio, y transformaron entones esa vida frugal en el pasatiempo y la regla de los que el mundo saca su ornamento y de los que nos llegan los placeres, los goces y las delicadezas que, a la manera de una mujer, nos hechizan y nos hacen más indolentes; a ellos el poeta (Hesiodo) llama “artificio de mujer” (p. 361).
            Sin embargo, ante el deseo creciente de goce, en la medida en que el entusiasmo por los placeres que nos seducen propicia la apatía y la insensibilidad, los considera Demócrito un artilugio femenino engañoso, pero, a la vez, esto se contrasta con la conducta de rebaño. Ya entonces se advertía que se recuerdan más los errores que los aciertos, que procedemos de los animales y que nos igualamos a ellos sin conciencia de la muerte, asimilada esta al invierno que no se lograba atravesar:
            Los hombres de entonces, simples y desprovistos de toda experiencia, no conocían arte ni cultivo alguno, ni ninguna otra cosa, e ignoraban qué era la enfermedad o la muerte, sino que, cayendo a tierra como si fuera un lecho, expiraban sin saber lo que les estaba ocurriendo. Reunidos sólo por el afecto mutuo, llevaban una vida rebañega, saliendo, a la manera de ovejas, a las praderas y alimentándose en común de frutas secas y legumbres. Se prestaban recíproca ayuda contra las fieras y luchaban desnudos, con las manos desnudas. Hallándose así desnudos, y necesitados de un reparto y de medios, sin saber recoger, para aprovisionarse, frutas frescas ni secas, sino alimentándose únicamente con lo que podían encontrar a diario, muchos morían cuando llegaba el invierno”.
            También el atomismo piensa en una psicología de la muerte con distancia del nomadismo, como criterio de valoración por el que se desdeña la palabra, “sombra de la acción”. Confrontadas las palabras y las acciones, se considera pronto que el discurso disimula la mala acción. “703 (68 B 190) Estob., Flor. III 1, 91: Acerca de las malas acciones deben evitarse incluso los discursos” (p. 356).
            Con estas consideraciones se pone en juego un escepticismo a propósito de la retórica y los medios de seducción, persuasión y sugestión, con una especial prevención ante las imágenes, al punto que Demócrito, que analizaba con curiosidad la creencia en la anticipación del futuro, las tenía por maleficio si provenían de pérfidos, mal intencionados:
            “692 (68 A 77) Plut., Quaest. Convivi. V 682F: Las (imágenes) que él (Demócrito) dice que proceden de los malévolos y que no carecen ni de sensación ni de deseo, están llenas de la maldad y de los maleficios de aquellos que las emiten. Al imprimirse, estabilizarse y habilitar en las personas objeto del maleficio, las perturban y dañan su cuerpo y su mente”.
            Diferencia Demócrito, en últimas, entre imágenes benéficas y perjudiciales, a raíz del deseo de presagiar[3]. Esta conceptualización de lo benéfico y lo perjudicial hace depender la mala salud de la conducta moral inapropiada, en el sentido de una falta de dominio de las pasiones.
            “691 (68 B 234) Estob., Flor. III 9, 30: Los hombres piden salud a los dioses con sus plegarias, sin darse cuenta de que el poder sobre ella lo tienen en sí mismos: como por intemperancia actúan contra ella, se vuelven traidores a su propia salud, a causa de las pasiones” (p. 351).
            No se trata tan sólo de hallar la felicidad por el pensamiento y la acción racional, sino de un reparo en los placeres que se desean o de su ponderación con moderación, que no tiene que privilegiar la circunspección.

            Ética del deseo y de los placeres. Ahora bien, si no somos eternos, y tanto el pensamiento como la sensación derivan de las afecciones, podría pensarse que un tercer principio de la ética de Demócrito reside en la deseabilidad de lo que atrae, pero en la medida en que el placer obtenido afecta al alma y al cuerpo, parece que antepone un criterio moral de buen uso de los bienes y no uno de procurar, de buenas a primeras, aquello hacia lo que nos inclinamos.
            “601 (68 B 159) Plut., Frargm. De libid. Et aegr. 2: Si el cuerpo le reclamara justicia (al alma) por los males que sufrió y que padeció durante toda la vida, y yo fuese el juez del litigio, de muy buen grado condenaría al alma, pues, por un lado, ella lo arruinó con su negligencia y lo debilitó con la ebriedad, y, por otro, lo corrompió y lo disipó con los placeres. Del mismo modo, cuando encuentro una herramienta en mal estado, culpo a quien la usó en forma inadecuada” (p. 306).   

Renuncia a dominar; la moderación de la acción conforme al cuidado del buen ánimo. Según Demócrito, para el que todo lo humano resultaba risible, en especial, el apego a lo fútil, es menester reconocer una condición genuina acorde con las limitaciones. Acaso resultara conveniente también, que la persona determine su figura en la observación de un canon, de una medida. “(Sexto, adv, math. VII). Y en Sobre las Formas (fr. 6): “Es preciso”, dice, “que el hombre conozca, mediante esta norma, que está separado de la realidad” (Kirk, 1987, p 571).
 No obstante, que esta manera preceptiva y procedimental de pensar haya caracterizado el temperamento y a la ética de la felicidad,  Demócrito sentencia que tener por objeto del pensamiento o del cuidado al buen ánimo; interesarse por el contento, por estar alegre, a menudo requiere no dominar, ni siquiera en el ámbito de lo propio, o de lo que incumbe a cada quien.
Regocijarse con la vida tendría que ver con no estimar en más una supuesta preeminencia del obrar en relación con la constitución de sí. Más que de tener en cuenta las capacidades, se trata, para regocijarse, de cuidar de la actitud o actuar conforme a la condición. Acometer sólo aquello de lo que se es capaz, deriva de no ser activo en demasía, no de un escueto cuidado o dominio de sí. Sólo luego se enfatizará, amparados en una mala interpretación de la obra de Aristóteles, de actuar de acuerdo con la propia naturaleza o el carácter.
(Estobeo, Anth IV) Preciso es que quien quiera tener buen ánimo no sea activo en demasía, ni privada ni públicamente, ni que emprenda acciones superiores a su capacidad natural. Debe, más bien, tener una precaución tal que, aunque el azar le impulse a más, lo rechace en su decisión y no acometa más de lo que es capaz, pues la carga adecuada es más segura que la grande” (Kirk, p. 597).
 Disminución de la acción por ‘precaución’ en términos de capacidad de soporte y de fuerzas; restricción, limitación, impulso de rechazo, resistencia. Predomina entonces una tracción negativa; un movimiento que rehúye, ya no tanto respecto de los objetos que se desean o de lo que nos seduce, sino en desconfianza del propio actuar. Heráclito enfatizaba en la disposición, pero la concepción del ethos, supeditada según Demócrito a canon y medida, forja un concepto de precaución a partir de la capacidad de carga.

  Elementos de la felicidad: moderación del placer y el dolor que perturba. Custodiarse de las propias preferencias, tener cautela de las decisiones que se toman, cuidarse de urdir o ejecutar demasiadas obras y negocios, esconde un sentido de ‘protección’ respecto de las propias maneras de pensar o de actuar según las fuerzas y la constitución, con lo que las diversas disposiciones se han limitado. Se ha de tener ‘precaución’ (fulakh)[4] y, ante el azar, imponer la dirección de un juicio; mantener una adecuada amplitud (euokoV), buenas maneras, vista oportuna y un orgullo moderado. Asimismo, se propicia la circunspección tras un obrar equivocado. No sólo se trata de un ethos de la moderación y un arte de vivir, sino de la evitación de toda alteración o agitación, en contraposición a una noción terapéutica, anodina y escueta, de equilibrio.
El buen ánimo (euqumih) acontece o sobreviene en la dimensión de lo que alegra (teryioV: goce, placer, encanto, delicia, satisfacción, hartura), lo que en la visión tradicional de la filosofía supone placeres sin excesos, con moderación, lo que no tiene que exigir rigurosidad.
Se hace uno con un buen ánimo a través de una vida conveniente (summetroV), en un sentido de proporción a modo de cálculo y en otro de lo favorable. Los descuidos (elleipw), lo que se pasa por alto por incapacidad al mostrarse inferior ante las circunstancias, con todo lo que se renuncia al omitir y dejar atrás; y exceder la medida propia del orgullo o de la transgresión, según recoge Estobeo, vienen a dar (metapiptw: caer de diferente lado, cambiar, mudarse, venir abajo, derrumbarse una situación o un régimen) en la ambición y el orgullo, lo que supone una agitación que estorba a la psique.
El alma atada a lo que la conmociona y excita se ve perturbada por la agitación. 

  Para la lectura moderna y contemporánea, que la ocupación, la atención y el interés acaparen el deseo, en lo que un goce no moderado se piensa como si produjera desasosiego a causa de los sentimientos de envidia y similares, obedece a que, de antemano, se haya  discernido la noción del ‘trastorno’, que se cree originado por la diferencia y el cambio, bajo la antítesis “buen ánimo-agitación”.
Para Demócrito, habrá que evitar la comparación y, por el contrario, a modo de consejo contrastar la situación con los que están peor, idea que todavía Meister Eckhart repite en la Edad Media. La consideración ética en un doble sentido: cómo se obra y el modo de sufrir, suscita el pensamiento del cuidado del buen ánimo.
 Pues, quien admira a los que tienen y son considerados felices por los demás hombres y los tiene presentes constantemente en su recuerdo se ve siempre obligado a emprender novedades y a lanzarse, por causa del deseo, a acciones irremediables que las leyes prohíben. Por esta razón no se deben buscar las apetencias de éstos, sino que uno debe tener buen ánimo, al comparar su propia vida con la de los que lo pasan peor. Debe uno congratularse a sí mismo con la reflexión sobre cómo obra y soportar mejor que los otros sus sufrimientos. Si te adhieres a este parecer, vivirás con mejor ánimo y evitarás no pocas calamidades en la vida – la envidia, los celos y la malevolencia” (Kirk, p. 598-599).
 Al parecer, alguien con buen ánimo se distingue por su capacidad de soportar el sufrimiento y por su ética, entendida como atención puesta en la acción. Además, Demócrito señala un tipo de mal que proviene de sentimientos negativos que despiertan en los demás nuestras acciones, y lo distingue de otro tipo de mal, que surge cuando nos avocamos a emprender acciones por comparación con los demás.
 En adelante, el tema de la envidia se recreará con asiduidad. El buen sentimiento depende de la satisfacción, de la moderación del placer, del regocijo (teryiV) en justa proporción (metriothV), y de una vida simétrica, armónica, conveniente, pero también del diagnóstico de “cómo” se sufre y de la observación de las situaciones de aflicción.
 Modera entonces Demócrito el goce para un buen ánimo, al identificar el deseo por raíz del sufrimiento; aunque no como fuente de la situación concreta padecida, a pesar de la reticencia de los intérpretes de Demócrito a relacionar el placer con el buen ánimo, en tanto las afecciones no pudieran, perturbar el equilibrio o la serenidad.
“D.L. …El fin es el buen ánimo, que no se identifica con el placer, como suponían algunos que entendieron mal, sino que es el estado en que el alma está serena y equilibrada, porque no la perturba ningún temor, ni el miedo a los dioses, ni ninguna otra afección. También lo llama “bienestar” y le otorga muchos otros nombres” (Santa Cruz de Prunes y Cordero, p. 368).
  Se excluye cualquier relación del placer con el buen ánimo. Por lo que si la disposición determina para el hombre su buen o mal daimón, su felicidad o su desdicha, a la larga Demócrito no previene tanto del placer como del deseo, y de ser el caso, del placer producto de la atención a lo efímero.
Sin embargo, por qué hay que compararse con quienes la pasan peor, a modo de consuelo, pero no con quienes están mejor? Aparte de la ética, en el sentido de observar cómo se obra y soporta el sufrimiento, se ha de renunciar al deseo de emprender nuevas acciones para satisfacer las exigencias sociales.

Serenidad y equilibrio como medida del placer. Por lo tanto, la felicidad requerirá por condición una selección sobre los placeres a asentir. La disyuntiva no se abre entre el placer y el dolor, el buen ánimo y el placer, sino entre diferentes placeres. Tampoco carece de pertinencia observar los distintos sufrimientos para contentarse con lo que se tiene. Demócrito pretende eliminar el sufrimiento por la ansiedad del que apetece más de lo que posee, pero también predica la aceptación del sufrimiento a asumir con buen ánimo, sin envidia, celos o enemistad, al entender que los demás sufren igual o incluso más.
“Estob, Flor. II: La mejor manera que tiene el hombre de conducir su vida es estar lo más posible de buen ánimo y apenarse lo menos posible. Esto sería posible si no se hiciese residir el placer en las cosas mortales”. (p. 370). “Estob., Ecl: A la felicidad llama “buen ánimo”, bienestar, armonía, simetría e imperturbabilidad. Dice que ésta surge de la delimitación y de la elección de los placeres, y que esto es lo más hermoso y lo más ventajoso para los hombres” (p. 371).
Demócrito categoriza la serenidad bajo el buen ánimo, y lo contrapone al miedo, por la consecuencia del placer, en la medida en que, de entrada, separa también el buen ánimo y la aflicción. Por miedo a sufrir, la filosofía previene del placer, por efímero, no porque la acción placentera pudiera producir un dolor posterior.





Kirk, G.S. Raven, J, E. y Shofield, M. (1987). Los filósofos Presocráticos. Versión española de Jesús García Fernández. Madrid: Gredos.
Santa Cruz de Prunes, I. Corderon, N. Leucipo y Demócirito. En: Poratti, Armando. Conrado Eggers Lan. Santa Cruz de Prunes, María Isabel. Cordero, Néstor Luis. Los filósofos presocráticos. III. Madrid: Editorial Gredos, 1986.









[1] “655 (68 B 7) S. E., Adv. Math. VII 137: En realidad nada sabemos sobre cosa alguna, sino que en todos los hombres su opinión es una reforma de su disposición” (p. 336),
[2] “(68 A 160) Cic., Tuscul. I 34, 82: Date cuenta que el alma muere al igual que el cuerpo, pero entonces ¿podrá el cuerpo experimentar algún dolor o alguna otra sensación después de la muerte? Nadie lo sostiene, pues, aunque Epicuro lo atribuya a Demócrito, los democríteos lo niegan” (p. 301).
[3] “681 B 166) S. E., Adv. Math. IX 19: Dice Demócrito que algunas imágenes se acercan a los hombres y que algunas de ellas son benéficas, mientras que otras son perjudiciales; de ahí que deseen hallar imágenes de buenos presagios. Éstas son grandes, altas y difícilmente corruptibles, aunque no imperecederas, y anuncian a los hombres el futuro, dejándose ver y emitiendo voces” (p. 347)
[4] Acción de guardar o custodiar, guarda, custodia, vigilancia, guarda de sí, precaución, circunspección, cautela, precaverse.

jueves, 18 de febrero de 2016

LA INDIGNACIÓN DE KRAUS ANTE EL FASCISMO EN LA FILOSOFÍA Y LA PRENSA


  

  Al pensamiento occidental lo guía una cultura de muerte

  Ya el periodista Karl Kraus, que denunció, entre otras, en Die Fackel (La Antorcha), a la psiquiatría como una de las nuevas formas de control de la vida privada en tanto asunto público, no dudó en identificar al nazismo con una cultura occidental cuya etimología remite a: “Cultura que mata”[1]. En el ocaso cultural de Occidente asistimos al desarrollo de un movimiento intelectual que, igual a un ave de carroña, consume el sufrimiento para calmar  la sed espiritual, la voluntad de abstracción:

  “El desesperado optimismo de una generación que ha oído algo de “mirar a la muerte cara a cara” y no se siente obligada por ello sino a repetir y a la violación de la humanidad! La utilización de un romanticismo de guerras de liberación con fines de esclavización. Pululación de todo lo utilizable: literatos, hechiceros, y también aquellos peones de lo trascendente que se prestan en facultades y revistas, tratando de probar que la filosofía alemana es la escuela preparatoria del pensamiento de Hitler. Ahí está el pensador Heidegger, que ha sincronizado su bruma azul con la parda, y comienza a reconocer que el mundo espiritual de un pueblo es “el poder de conservación de las fuerzas de la tierra y de la sangre así como su poder de despertar la conmoción más íntima y el mayor estremecimiento de su existencia”[2].

  Sumidos en una cultura occidua, del poniente, escuchamos hoy al intelectual  que profiere un discurso teórico sobre el papel de la filosofía y de las ciencias sociales para afrontar el problema del sufrimiento humano. Y este es el punto crucial: ¿Cómo se atreve este hombre a dictarnos el modo en que debemos pensar y actuar cuando el maltrato de los cuerpos se remonta al maltrato político de la palabra? Kraus se atrevió a denunciar la brutalidad, el horror y la crueldad que encubría el exceso de angustiado sentimiento de la filosofía existencialista en boga. Incluso el ideal ascético, el sentido espiritual de la vida arraigado en el sacrificio se descubre al servicio de la muerte y la barbarie:

  “Heidegger, que de acuerdo con los tiempos, hace “servicio militar del espíritu”, no deja de decirnos como se ha de actuar: “Hay que actuar con espíritu de persistencia en el preguntar, en medio de la incertidumbre del ser en su totalidad”. Por suerte, el mismo periódico que cita este párrafo nos da un seguro punto de apoyo: “Prueba y conserva lo mejor: los quesos Berna lo son”. Pero uno sigue caminando a tientas”[3].

  Para Kraus, todavía después del discernimiento más macabro de la muerte, su generación –y debemos presumir que en adelante nada ha cambiado–, no se siente obligada y, por el contrario, repite, después del sufrimiento de la primera guerra mundial, una acción social y política que compromete la muerte violenta, en un totalitarismo justificado filosóficamente, que equipara en el periodismo la reflexión humana con la publicidad de unos quesos.
  Así pues, este planteamiento sencillo del problema de falta de ética ante la muerte y la guerra complementa y critica el enfoque que Heidegger expone en Ser y tiempo, al pensar la temporalidad, y una estructura ontológico-existenciaria de la muerte, para en consecuencia, formular el “ser relativamente a la muerte”.


  El ser para la muerte y la crítica Heideggeriana a la noticia como caso de defunción

  De su parte, Heidegger sostiene que el ser-ahí, Dasein, por el arreglo de la publicidad (Öffentlichkeit), del cotidiano estar juntos (des alltäglichen Miteinanders) sabe de la muerte como un “caso de defunción” (Todesfall), por lo que ésta ya no sorprende como suceso (Ereignis) que ocurre al interior del mundo. No nos resulta llamativa (auffällig) la muerte de desconocidos (Unbekannte). Dicho de otra forma, la muerte se proyecta abstractamente como un acontecimiento sin importancia, para el que se tiene una interpretación (Auslegung), pues el discurso expreso que se conduce superficial y fugazmente, dirá: “Al final también uno morirá, pero por de pronto permanece uno mismo sin que le afecte” (betroffen: concernir)[4]. En otras palabras, la interpretación racional de un acontecimiento, la muerte mía o ajena, disculpa la indiferencia.
  De esta suerte, dice Heidegger, no se asume la proximidad inminente (Bevorstand) de la muerte. En su singularidad, la muerte implica la posibilidad de ser más peculiar que el Dasein mismo ha de recibir[5]. Posibilidad última y extrema (äusserste) a la que es arrojado (werfen: echar, tirar, arrojar, yecto), de antemano, desde el momento en que el que existe. Para Heidegger, la facticidad, la existencia y la caída caracterizan el ser para el fin, el concepto existencial de la muerte[6].


  Los reparos de Kraus a Heidegger:
 
  Por el contrario, para Kraus, simplemente se trata de un juego intelectual, si se quiere, ideológico, en un sentido negativo, con la muerte de los otros. Con anticipo al “ser para la muerte” heideggeriano, al hombre la sociedad lo consume en la “ab-yección”.
  No se trata de la denuncia heideggeriana de una conciencia de la muerte que no constituye más que una abstracción publicitaria; y no se trata tampoco de censurar, entre otras, por ejemplo, cierta convicción (Die Überzeugung), modo de certeza (Die Gewissheit) con que se encubre la posibilidad de ser para el fin, en tanto, para Heidegger, la disposición del ánimo, conduce al Dasein ante su arrojado: “eso-es-ahí-es”, “Dass-es-da-ist” (Hecho de que es ahí), porque sólo el hallarse en la angustia (Die Angst), abre la permanencia en la genuina amenaza (Bereoung) de la muerte[7].
  Según Kraus, este Heideggeriano “espíritu de persistencia en el preguntar, en medio de la incertidumbre del ser en su totalidad”, y el poder espiritual del pueblo para “despertar la conmoción más íntima y el mayor estremecimiento de su existencia”, se prestan a favorecer el pensamiento fascista, palabra también desgastada por el marketing político. No es una cuestión de sentir auténtico. Después de todo, ¿cómo se puede sentir en la amenaza inminente, no solo de la guerra, sino del sufrimiento vulgar que nos abruma en la vida cotidiana?    
  Obsérvese su incisivo artículo: Viaje anunciado a los infiernos[8], en el que Kraus ironiza sobre un anuncio de periódico que al invitar a un “Circuito en automóvil por los campos de batalla”, “rebosa de toda la infamia de esta época, uno que bastaría por sí solo para hacerle un lugar de honor en un estercolero cósmico al puré de divisas que se autodenomina ser humano”.
  Tal vez, influido por sus lecturas de Nietzsche, Kraus se encuentra prevenido de “lo humano” y, singularmente, sospecha de la “cultura”, la falsedad más relativa y propia al hombre con la que se comercia con impudicia[9], para preguntarse qué significa el “escenario del delirio sangriento en el que los pueblos se dejaron cazar por nada de nada, frente al monumento de interés cultural que es este anuncio. ¿No se ha conservado en él de manera excepcional la misión de la Prensa, conducir a los campos de batalla primero a la Humanidad y luego a los supervivientes?”[10]. En este artículo, Kraus compara la comodidad del viaje con el sin-sentido del sufrimiento y muerte de las víctimas, señala que se ignoran las prohibiciones penales del sensacionalismo y no duda en equiparar el negocio de la guerra con la propagación excesiva de palabras[11].
  Al respecto de la normativa penal y la regulación de los contenidos en los medios, tampoco existe un criterio para decidir qué constituye una denigración de la humanidad, un problema que se le presenta a los censuradores o reguladores de medios de comunicación, en el momento de calificar un contenido de violento, pornográfico o denigrante contra el honor, y en algunos casos, se convierte esta en una mal llamada cuestión subjetiva: ¿Un desnudo específico, o un asunto sexual es artístico o pornográfico? ¿Se presenta un contenido violento para criticarlo o para su apología?
  Aunque estos problemas obedecen más a reglamentaciones imprevistas y a la falta de autorregulación de los medios para respetar horarios o accesos con relación al público, y asuntos de calidad y ética, la misma dificultad se presenta en el momento de calificar el trato sensacionalista de imágenes del sufrimiento humano, y en general, al apreciar la cultura del sufrimiento.
  Se toman estos conceptos (pornográfico, violentos, sensacionalista) como adjetivos inasibles y permanecen en su indeterminación, esto es, abstractos. La denuncia de Kraus, aunque pertinente, no está completamente justificada, porque rechaza de tajo la cultura y el exceso de palabras. Otro, le hubiera podido replicar que el paseo por los campos de batalla tiene por fin no olvidar la tragedia y tomar conciencia para que no se repita[12]. Que hacen falta palabras para advertir la indiferencia ante el dolor propio y ajeno. Sin embargo, para Kraus no se trataba de un asunto de efectos de los medios o de educación cultural, ni mucho menos de postular un valor de la historia del sufrimiento, la crueldad y las masacres, y distinguir el tratamiento de las imágenes del dolor en todas las épocas. Sencillamente, toda nuestra cultura rinde culto a la muerte.    





[1] “Occidens,ntis”: p. De pret. de “Occido”. Occidente. “Occido, is, ere, cidi, cisum”: Matar, asesinar. Molestar. Atormentar. “Occido, is ere, cidi, casum”: Caer, padecer, morir. “Occidualis, e”: Adj. Occidental. “Occiduus, a, um”: Adj. Caduco, ruinoso. Que mata. Que se pone en el ocaso. 
[2] KRAUS, Karl. Escritos. Edición de José Luis Arántegui. Visor, la Balsa de medusa: Madrid, 1990. P. 197.
[3] Ibidem.
[4]Die Öffentlichkeit des alltäglichen Miteinanders “kennt” den Tod als ständig vorkommendes Begegnis, als “Todesfall”. Dieser oder jener Nächste oder Fernerstehende “stirbt”. Unbekannte “sterben” täglich und stündlich. “Der Tod” begegnet als bekanntes innerweltlich vorkommendes Ereignis. Als solches bleibt er in der für das alltäglich Begegnende charakteristischen Unauffälligkeit. Das Man hat für dieses Ereignis auch schon eine Auslegung gesichert. Die ausgesprochene oder auch meist verhaltene “flüchtige” Rede darüber will sagen: man stirbt am Ende auch einmal, aber zunächst bleibt man selbst unbetroffen”. HEIDEGGER, Martin. Sein und Zeit. Max Niemeyer Verlag: Tübingen, 1993. P. 252. (Corresponde al parágrafo 51. Das sein zum Tode und die Alltäglichkeit des Daseins).
[5] “Der Tod ist eine Seinsmöglichkeit, die das Dasain selbst zu übernehmen hat. Mit dem Tod steht sich das Dasein selbst in seinem eigensten Seinkönnen bevor. In dieser Möglichkeit geht es dem Dasein um sein In-der-Welt-sein schlechthin. Sein Tod ist die Möglichkeit des Nicht-mehr-dasein-könnens”. Ibid. P. 250. (Parágrafo. 50 Die Vorzeichnung der existenzial-ontologischen Struktur des Todes).
[6]Existenz, Faktizität, Verfallen charaterisieren das Sein zum Ende und sind demnach konstitutiv für den existenzialen Begriff des Todes”.Ibid. p. 252. (Par 50).
[7] Wie ist das genuine Erschliessen dieser sändigen Bedrohung existenzial möglich? Alles Verstehen ist beffindliches. Die Stimmung bring das Dasein vor die Geworfenheit seines “dass-es-da-ist”. Die Befindlichkeit aber, welche die ständige und schlechthinnige, aus dem eigensten verinzelten Sein des Dasains aufsteigende Bedrohung seiner selbst offen zu halten vermag, ist die Angst”. Heidegger...p. 265. (Par.53. Existenzialer Entwurf eines eigentlichen Seins zum Tode).
[8] “Reklamefahrten zur Hölle”. Fackel 577-582, o. 96-98; 1921. KRAUS, Karl. Op. Cit. P. 157.
[9] “Pues si ya cada recorte de periódico significa un corte en la creación, esta vez uno se encuentra ante la muerta certeza de que a una especie envalentonada hasta hacer algo así no le queda ya ningún bien más noble al que pueda herir. Tras el monstruoso estallido de su mentira cultural, y después de que los pueblos han demostrado con toda contundencia en sus acciones que su relación con lo que fue en otro tiempo cosa del espíritu consiste en un impúdico juego de manos, tal vez lo bastante bueno para lograr que se le enderece algo la cosa en el comercio con el extranjero, pero nunca lo bastante para elevar el nivel moral de la humanidad, a ésta ya no le queda nada más que la desnuda verdad de su condición, de forma que casi ha alcanzado un punto en el que le resulta imposible mentir más, y en ningún otro retrato podría reconocerse con tanta fidelidad como en este”. Ibid. 157.
[10] Ibid. P. 160.
[11]Oyen lo que se les ofrece a ustedes como compensación por los sufrimientos de ellos y por una experiencia de la que ustedes todavía hoy no serían capaces de reconocer la finalidad, el sentido ni la causa”. Ibid. P. 160. “Llegan a saber que esos Estados tienen párrafos del código penal que protegen expresamente la vida, aparte del honor, de los piratas de la prensa, que hacen un deporte de la muerte y un negocio de la catástrofe y recomiendan especialmente dar un pequeño rodeo y pasar por los infiernos como viaje de otoño. Tendrán que esforzarse mucho para no transgredir esos artículos, pero luego le enviarán al “Basler Nachrichten” una carta de agradecimiento y reconocimiento. Reciben impresiones inolvidables de un mundo en el que no queda ni un centímetro cuadrado de superficie que no haya sido removido por granadas y anuncios por palabras”. Ibid. P. 161.
[12] “De nuevo aparece aquí el espíritu de Israel, esta vez de la mano de Walter Benjamin, quien opone a la concepción dominante de historia – que él llama historicista porque ahí el pasado tiene una función estética o de validación del poder del sujeto – un concepto mesiánico o apocalíptico de historia, dando a entender por ello la fragilidad del presente que puede ser iluminado en un instante que es la fuerza fugaz del pasado olvidado. Solo hay novum: es la historia si se quiebra el presente con la presencia del pasado olvidado. En la Leidensgeschichte o historia del sufrimiento está la posibilidad de esa experiencia total sin la que no hay historia. El sufrimiento no es el precio de la historia porque está tomado en su radicalidad: como la actualidad de unos derechos pendientes no saldados ni por la felicidad de las generaciones siguientes ni por el olvido, como quería Nietzsche”. MATE, Reyes. La razón de los vencidos. Anthropos. Barcelona, 1991. P. 23.

viernes, 24 de julio de 2015

Tips de redacción y un poco de filosofía



Tips de redacción y un poco de filosofía

Escribir mejor tiene que ver más con la revisión dedicada y el trabajo, que con alguna suerte de inspiración lírica o formación académica. Seguramente, personas con pocos estudios escriben muy bien desde la escuela, porque tienen el hábito de leer con atención, y otras, a pesar de una carrera o hasta con un postgrado, carecemos de estilo y de una cultura en el trato del lenguaje. Observemos este ejemplo tomado de un artículo de Rodrigo Uprinmny en El Espectador:
 “¿Qué podría decir el gran filósofo Kant sobre la discusión, infortunadamente polarizada, sobre la tutela concedida a Camila Abuabara para que el Estado le financie un trasplante en Estados Unidos?”.
Aparentemente no encontramos ningún error en la oración anterior, porque estamos acostumbrados al mal uso del condicional. Si la comparamos con: “¿Qué hubiera podido decir el gran filósofo Kant…?”, tal vez esta última frase nos suene una opción preferible. Además, el condicional se vuelve fastidioso si se lo repite mucho. A reglón seguido escribe Uprimny:
  “Algunos podrían pensar que nada pues Kant no habló de derechos sociales. Pero Kant nos permite en este debate si tomamos en cuenta su formulación más conocida del imperativo categórico, según la cual uno debe obrar de tal forma que la regla personal de conducta pueda valer como una ley universal. Sólo es entonces justa aquella regla que sea universalisable porque se puede aplicar a todas las situaciones semejantes”. 
Pasemos a otro asunto: Uprimny confunde la moralidad kantiana, derechos sociales y la justicia. ¿No podemos actuar con justicia sino de manera que nuestros actos sigan un patrón universal? No se llama acaso a la asimilación de la justicia a la conducta de masas, universalisable, ¿fascismo? Kant nunca habló de una regla aplicable a todas las situaciones para que resulten justas, algo imposible, y menos aplicable a la medicina, que debe atender casos singulares, como debieran proceder también las sentencias de las cortes. Detengámonos en la argumentación de Uprimny y de paso reparemos en la redacción:
“Este principio kantiano debería orientar las discusiones sobre las cuales son los servicios médicos financiados por el Estado, al menos por tres razones: primero, porque en general la satisfacción de cualquier derecho cuesta dinero y los recursos públicos son limitados. Segundo, porque en salud hay innovación permanente, pero muchas de las nuevas tecnologías son más costosas. Tercero, porque estamos viviendo una “transición epidemiológica”, pues estamos pasando de atender esencialmente enfermedades contagiosas a una prevalencia de dolencias degenerativas crónicas, cuya atención tiende a ser costosa”.
¿La justificación del racero del imperativo categórico para la garantía de los derechos obedece a la falta de recursos? Mejor volvamos a la redacción, que esos asuntos filosóficos manejados por abogados nos ponen en peligro; preguntémonos si podemos prescindir del uso asiduo del verbo ser y miremos en el siguiente párrafo un ejemplo del famoso “cualismo”. Ya sabemos que no debemos usar seis veces el verbo ser en una oración ni abusar del condicional, en el siguiente caso “habría”:
“Si los costos en salud son crecientes y los recursos públicos son limitados, es entonces injusto, en términos kantianos, que sea financiada por el Estado aquella prestación médica que no sea universalizable, por cuanto no habría recurso suficientes para que pueda ser otorgada a todas las personas en la misma situación. O que para hacerlo habría que usar dineros destinados a medicamentos o tratamientos que hubieran tenido mejores resultados en otras personas, lo cual resulta también injusto”.  
En la última oración del párrafo, “lo cual” puede sustituirse por el relativo “que”: “lo que resulta también injusto”. Se usa ‘cual’ en los siguientes casos: a) En complementos partitivos: “Pidió prestado tres libros, dos de los cuales estaban en mal estado”. b) En cláusulas absolutas (Dicho lo cual). c) Como término de locuciones preposicionales: a consecuencia de, gracias a, a pesar de, etc. d) Como término de la preposición según: «La Ley según la cual». 
Para colmo, ahora resultó que la justicia tiene por sinónimo la igualdad, ya no una regla universalizable a convertir en principio racional que condicione la voluntad. Veamos otro ejemplo de cualismo, que ya sabemos corregir, y más abuso del verbo ser, además de la falta de una coma antes de sino:
“Si la salud se reconoce como derecho, entonces el racionamiento de las prestaciones médicas es trágico pero inevitable. La discusión no es entonces si debe existir o no racionamiento sino si éste se hace en forma desordenada, encubierta y sin control, lo cual permite, entre otras cosas, que actores poco santos, como algunas farmacéuticas, usen las tutelas para promover medicamentos de marca costosos pero de eficacia discutible”.
A la conjunción ‘sino’ la precede una coma en frases con valor adversativo. También a “pero” suele precederlo una coma, como en “medicamentos costosos, pero de eficacia discutible” (No se usa la coma antes de ‘pero’ cuando significa: ‘más qué’, ‘otra cosa que’, ‘salvo’, excepto’, ‘aparte de’). Veamos otro ejemplo tomado del último párrafo del artículo en mención, como dicen los leguleyos:
 “Hoy esta discusión en Colombia es difícil por una suerte de síndrome Saludcoop. Muchos piensan que la plata de la salud va a ser robada o despilfarrada por ciertas EPS inescrupulosas, por lo cual es mejor que al menos sirva para dar la mejor atención posible a una persona como Camila Abuabara, sin pensar en costos. Esta actitud es comprensible dado el drama humano de esta joven y las distorsiones y corrupciones que se tenga de la Ley 100….”.
Nadie duda de las capacidades académicas del Dr Uprimmy, pero le conviene tomar un curso de redacción, pues repite constantemente verbos como “ser” y “dar”. Tenga en cuenta que no dije: “le convendría”. En síntesis: el condicional exige la forma “si x entonces y”; yo lo aprendí hace muy poco. Por otra parte, en lugar de que la plata, es decir, de que el dinero, “sirva para dar la mejor atención”, tal vez pudiéramos escribir: “ofrecer la mejor atención”. Si así escribe un jurista al que admiramos por estructurado y por jurista, con más veras ‘deberíamos’ corregir nuestros escritos con esmero y esforzarnos por aprender unas normas útiles de redacción. A todos nos sirve siempre reparar en la redacción y mejorar, ese ‘es’ el punto.  Tal vez no falte la persona que argumente que el cambio de ‘ofrecer’, o de cualquier otro verbo, por el repetido ‘dar’, no aporte mucho sentido, y que el mal uso del condicional está arraigado en toda Hispanoamérica, y que en otros idiomas se justifica, pero la sola reiteración resulta molesta al buen lector en castellano.
Lo mismo si cambiamos “resulta mejor” por “es mejor”, o cualquier opción que se nos ocurra. Semánticamente, cualquier otro verbo tiene más riqueza que el verbo ser y que otros verbos que repetimos con frecuencia: hacer, deber, poner, dar, etc. Haga el ejercicio con cualquier escrito y sorpréndase del cambio.
En todo caso, los juristas se adornan tanto al escribir que no constituyen un buen modelo a seguir y como se alteran cuando los corrigen, en tales casos se puede aplicar una frase que en la Crítica de la razón práctica Kant tomó de Plauto: “aquam a pumice postulare”, pedir agua de una piedra pómez.