El placer y la muerte: una filosofía de vampiros: Dos principios condicionan la ética de
Demócrito. Conforme al primero, no existe nada eterno o que permanezca en un
estado idéntico, lo que respalda el escepticismo sobre el conocimiento del
mundo sensible o de los átomos. Acorde con el segundo, la sensibilidad y el
pensamiento se producen a partir de las imágenes externas. A tenor de esta
metafísica de las imágenes, con independencia de cualquier realidad, del
terreno moral o del acuerdo en la verdad, Demócrito recalca en la diversidad de
lo placentero: “671 (68 B 69) Demóc., 34: Para todos los hombres el bien
y la verdad son lo mismo; placentero, en cambio, es una cosa para uno y otra
cosa para otro” (Santa Cruz de Prunes y Cordero, p. 340).
No es un asunto de relatividad o
subjetividad, sino de variedad que produce una inconexión y divergencia de
opiniones. Por lo tanto, al sentido de procurar el beneficio se sobrepone uno
primordial: la afección deseable. “667
(68 A 111) S.E., Adv. Math. VII 140: Diótimo
afirma que, según él (Demócrito) hay tres criterios: para la captación de lo
invisible, los fenómenos; … para la investigación, el concepto; …para lo que se
debe desear o rechazar, la afección, pues es deseable lo que nos atrae y es
rechazable lo que nos repele” (p. 339).
Con independencia del conocimiento
oscuro o de uno verdadero, del estatuto que le otorguemos a la apariencia y a
las imágenes, si se sigue la interpretación de Aristóteles en la metafísica; para
Demócrito, el pensamiento se reduce a una sensación, y las sensaciones a
alteraciones, por lo que cualquier conocimiento se obtiene de ellas. De esta
manera, las afecciones inciden en las disposiciones, y según estas, se tiene
diferente opinión. En consecuencia, nuestra opinión es susceptible de influjo
según como las imágenes, a través de las afecciones, inciden en la disposición.
Si el pensamiento y las sensaciones
dependen de movimientos del cuerpo, con la edad y según las afecciones se
cambia de disposición. En resumen, se piensa de otra manera, producto de las
diferentes afecciones e imágenes que alteran nuestras disposiciones, en lo que
resulta curioso que Demócrito sostenga que incluso los cadáveres tengan
sensaciones. “614 (68 A 117) Alej, Tóp. 21, 21: Según piensa Demócrito, los cadáveres tiene sensaciones” (p. 311).
Una
filosofía del placer colinda con otra de la muerte, tras observar que hay vida
biológica en el cadáver.
“590
(68 A 160) Tertul., Del alma 51: Platón,
en la República, menciona el caso de alguien cuyo cadáver insepulto se mantuvo
largo tiempo sin corrupción alguna, gracias a que conservó la individualidad
del alma. Al respecto Demócrito agrega el crecimiento, en la sepultura, durante
un tiempo, de las uñas y los cabellos” (p. 301).
La preocupación por la muerte reside en la
posibilidad de sentir dolor.
Al leer los fragmentos sobre Demócrito, asistimos a los vestigios de la
creación de una filosofía en el que la dolencia nos indispone e induce a pensar
de otra manera, por la presión de las afecciones sobre el cuerpo, por lo que
incluso pudiera instigar también, el dolor, a un cadáver:
“587 (68 A 117) Aecio, IV 4, 7: Dice Demócrito que todo participa de una
cierta alma, incluso los cuerpos muertos, pues visiblemente ellos siempre
participan de un cierto calor y de una cierta sensibilidad, aunque la mayor
parte se evaporó” (p. 301).
Se trata de una filosofía en un
sentido serio, entendido el vampirismo muy lejos de la fantasía moderna, y tal
cual nos previene Nietzsche con premura ética, y que surge en Demócrito, al
preguntar por la suerte de imágenes y de afecciones que imbuyen nuestras
sensaciones, y que, en definitiva, al alterarnos, cambian nuestra manera de
pensar, para nuestro beneficio o perjuicio, según aquello que nos atrae o que repelemos,
es decir, en relación con el deseo y el placer.
En otras palabras, cabe entender que
si nuestro deseo fluye hacia algo distinto a lo usual, se transforma la manera
de pensar, y, especulando un poco más, también se altera la forma que nos
afectan las imágenes de las cosas.
El alma dispersa por la atracción del
placer. Por valorar la libertad, Demócrito estima preferible la
pobreza en democracia, si se vive en función la ciudad, en equidad y según el
bien común, a la felicidad en el autoritarismo, por lo que hay que castigar al
gobernante que actúe mal. Demócrito pensaba la política a partir de las cosas
útiles para la vida, en cuanto en la ayuda mutua, el uso cotidiano y la
necesidad instruyen con afecto mutuo, pero la prudencia y la previsión condujo
a valorar lo superfluo, que antes se desatendía. En un primer momento, se vivía
con simpleza, sin muchas estructuras de poder en la sociedad, y sin lujos:
“720 (68 B 5) Tzetzes, Esc. A Hes.
(…) Llevando una vida en común según el
destino, vivían con simpleza, sin cosas superfluas y con mutuo afecto;
desconocían el fuego, no poseían reyes ni magistrados ni amos, e ignoraban
ejércitos, violencias y robos, sabiendo sólo del muto afecto y llevando una
vida libre y desprovista de todo lo superfluo”.
En un segundo momento, la técnica
produjo un cambio de deseos, al pretender gozar de más satisfacciones que
proveía la técnica:
“Pero cuando se
volvieron más prudentes y previsores y descubrieron el fuego, comenzaron a
desear cosas más calientes y que requerían, por lo tanto, mayor ingenio, y
transformaron entones esa vida frugal en el pasatiempo y la regla de los que el
mundo saca su ornamento y de los que nos llegan los placeres, los goces y las
delicadezas que, a la manera de una mujer, nos hechizan y nos hacen más
indolentes; a ellos el poeta (Hesiodo) llama “artificio de mujer” (p. 361).
Sin embargo, ante el deseo creciente
de goce, en la medida en que el entusiasmo por los placeres que nos seducen
propicia la apatía y la insensibilidad, los considera Demócrito un artilugio
femenino engañoso, pero, a la vez, esto se contrasta con la conducta de rebaño.
Ya entonces se advertía que se recuerdan más los errores que los aciertos, que
procedemos de los animales y que nos igualamos a ellos sin conciencia de la
muerte, asimilada esta al invierno que no se lograba atravesar:
“Los
hombres de entonces, simples y desprovistos de toda experiencia, no conocían
arte ni cultivo alguno, ni ninguna otra cosa, e ignoraban qué era la enfermedad
o la muerte, sino que, cayendo a tierra como si fuera un lecho, expiraban sin
saber lo que les estaba ocurriendo. Reunidos sólo por el afecto mutuo, llevaban
una vida rebañega, saliendo, a la manera de ovejas, a las praderas y
alimentándose en común de frutas secas y legumbres. Se prestaban recíproca
ayuda contra las fieras y luchaban desnudos, con las manos desnudas. Hallándose
así desnudos, y necesitados de un reparto y de medios, sin saber recoger, para
aprovisionarse, frutas frescas ni secas, sino alimentándose únicamente con lo que
podían encontrar a diario, muchos morían cuando llegaba el invierno”.
También el atomismo piensa en una
psicología de la muerte con distancia del nomadismo, como criterio de
valoración por el que se desdeña la palabra, “sombra de la acción”. Confrontadas
las palabras y las acciones, se considera pronto que el discurso disimula la
mala acción. “703 (68 B 190) Estob., Flor. III 1, 91: Acerca de las malas
acciones deben evitarse incluso los discursos” (p. 356).
Con estas consideraciones se pone en
juego un escepticismo a propósito de la retórica y los medios de seducción,
persuasión y sugestión, con una especial prevención ante las imágenes, al punto
que Demócrito, que analizaba con curiosidad la creencia en la anticipación del
futuro, las tenía por maleficio si provenían de pérfidos, mal intencionados:
“692 (68 A 77) Plut., Quaest.
Convivi. V 682F: Las (imágenes) que él
(Demócrito) dice que proceden de los malévolos y que no carecen ni de sensación
ni de deseo, están llenas de la maldad y de los maleficios de aquellos que las
emiten. Al imprimirse, estabilizarse y habilitar en las personas objeto del
maleficio, las perturban y dañan su cuerpo y su mente”.
Diferencia Demócrito, en últimas,
entre imágenes benéficas y perjudiciales, a raíz del deseo de presagiar.
Esta conceptualización de lo benéfico y lo perjudicial hace depender la mala
salud de la conducta moral inapropiada, en el sentido de una falta de dominio
de las pasiones.
“691 (68 B 234) Estob., Flor. III 9,
30: Los hombres piden salud a los dioses
con sus plegarias, sin darse cuenta de que el poder sobre ella lo tienen en sí
mismos: como por intemperancia actúan contra ella, se vuelven traidores a su
propia salud, a causa de las pasiones” (p. 351).
No se trata tan sólo de hallar la
felicidad por el pensamiento y la acción racional, sino de un reparo en los
placeres que se desean o de su ponderación con moderación, que no tiene que
privilegiar la circunspección.
Ética del deseo y de los placeres. Ahora
bien, si no somos eternos, y tanto el pensamiento como la sensación derivan de
las afecciones, podría pensarse que un tercer principio de la ética de
Demócrito reside en la deseabilidad de lo que atrae, pero en la medida en que
el placer obtenido afecta al alma y al cuerpo, parece que antepone un criterio
moral de buen uso de los bienes y no uno de procurar, de buenas a primeras,
aquello hacia lo que nos inclinamos.
“601 (68 B 159) Plut., Frargm. De
libid. Et aegr. 2: Si el cuerpo le
reclamara justicia (al alma) por los males que sufrió y que padeció durante
toda la vida, y yo fuese el juez del litigio, de muy buen grado condenaría al
alma, pues, por un lado, ella lo arruinó con su negligencia y lo debilitó con
la ebriedad, y, por otro, lo corrompió y lo disipó con los placeres. Del mismo
modo, cuando encuentro una herramienta en mal estado, culpo a quien la usó en
forma inadecuada” (p. 306).
Renuncia a dominar; la moderación de la acción conforme al cuidado del
buen ánimo. Según
Demócrito, para el que todo lo humano resultaba risible, en especial, el apego
a lo fútil, es menester reconocer una condición genuina acorde con las
limitaciones. Acaso resultara conveniente también, que la persona determine su
figura en la observación de un canon, de una medida. “(Sexto, adv, math. VII).
Y en Sobre las Formas (fr. 6): “Es preciso”, dice, “que el hombre conozca,
mediante esta norma, que está separado de la realidad” (Kirk, 1987, p 571).
No obstante, que esta manera
preceptiva y procedimental de pensar haya caracterizado el temperamento y a la
ética de la felicidad, Demócrito
sentencia que tener por objeto del pensamiento o del cuidado al buen ánimo;
interesarse por el contento, por estar alegre, a menudo requiere no dominar, ni
siquiera en el ámbito de lo propio, o de lo que incumbe a cada quien.
Regocijarse con la vida tendría que ver con no estimar en más una
supuesta preeminencia del obrar en relación con la constitución de sí. Más que
de tener en cuenta las capacidades, se trata, para regocijarse, de cuidar de la
actitud o actuar conforme a la condición. Acometer sólo aquello de lo que se es
capaz, deriva de no ser activo en demasía, no de un escueto cuidado o dominio
de sí. Sólo luego se enfatizará, amparados en una mala interpretación de la
obra de Aristóteles, de actuar de acuerdo con la propia naturaleza o el
carácter.
“(Estobeo, Anth IV) Preciso es
que quien quiera tener buen ánimo no sea activo en demasía, ni privada ni
públicamente, ni que emprenda acciones superiores a su capacidad natural. Debe,
más bien, tener una precaución tal que, aunque el azar le impulse a más, lo
rechace en su decisión y no acometa más de lo que es capaz, pues la carga
adecuada es más segura que la grande” (Kirk, p. 597).
Disminución de la acción por
‘precaución’ en términos de capacidad de soporte y de fuerzas; restricción,
limitación, impulso de rechazo, resistencia. Predomina entonces una tracción
negativa; un movimiento que rehúye, ya no tanto respecto de los objetos que se
desean o de lo que nos seduce, sino en desconfianza del propio actuar.
Heráclito enfatizaba en la disposición, pero la concepción del ethos, supeditada según Demócrito a
canon y medida, forja un concepto de precaución a partir de la capacidad de
carga.
Elementos de la felicidad:
moderación del placer y el dolor que perturba. Custodiarse de las
propias preferencias, tener cautela de las decisiones que se toman, cuidarse de
urdir o ejecutar demasiadas obras y negocios, esconde un sentido de
‘protección’ respecto de las propias maneras de pensar o de actuar según las
fuerzas y la constitución, con lo que las diversas disposiciones se han
limitado. Se ha de tener ‘precaución’ (fulakh)[4]
y, ante el azar, imponer la dirección de un juicio; mantener una adecuada
amplitud (euokoV), buenas maneras, vista oportuna y un orgullo
moderado. Asimismo, se propicia la circunspección tras un obrar equivocado. No
sólo se trata de un ethos de la moderación y un arte de vivir, sino de
la evitación de toda alteración o agitación, en contraposición a una noción
terapéutica, anodina y escueta, de equilibrio.
El buen ánimo (euqumih) acontece o sobreviene en
la dimensión de lo que alegra (teryioV: goce, placer, encanto,
delicia, satisfacción, hartura), lo que en la visión tradicional de la
filosofía supone placeres sin excesos, con moderación, lo que no tiene que exigir
rigurosidad.
Se hace uno con un buen ánimo a través de una vida conveniente (summetroV), en un sentido de proporción a modo de cálculo y
en otro de lo favorable. Los descuidos (elleipw), lo
que se pasa por alto por incapacidad al mostrarse inferior ante las
circunstancias, con todo lo que se renuncia al omitir y dejar atrás; y exceder
la medida propia del orgullo o de la transgresión, según recoge Estobeo, vienen
a dar (metapiptw: caer de diferente lado, cambiar, mudarse, venir
abajo, derrumbarse una situación o un régimen) en la ambición y el orgullo, lo
que supone una agitación que estorba a la psique.
El alma atada a lo que la conmociona y excita se ve perturbada por la
agitación.
Para la lectura moderna y
contemporánea, que la ocupación, la
atención y el interés acaparen el deseo, en lo que un goce no moderado se
piensa como si produjera desasosiego a causa de los sentimientos de envidia y
similares, obedece a que, de antemano, se haya
discernido la noción del ‘trastorno’, que se cree originado por la
diferencia y el cambio, bajo la antítesis “buen ánimo-agitación”.
Para Demócrito, habrá que evitar la comparación y, por el contrario, a
modo de consejo contrastar la situación con los que están peor, idea que
todavía Meister Eckhart repite en la Edad Media. La consideración ética en un
doble sentido: cómo se obra y el modo de sufrir, suscita el pensamiento del cuidado
del buen ánimo.
“Pues, quien
admira a los que tienen y son considerados felices por los demás hombres y los
tiene presentes constantemente en su recuerdo se ve siempre obligado a
emprender novedades y a lanzarse, por causa del deseo, a acciones irremediables
que las leyes prohíben. Por esta razón no se deben buscar las apetencias de
éstos, sino que uno debe tener buen ánimo, al comparar su propia vida con la de
los que lo pasan peor. Debe uno congratularse a sí mismo con la reflexión sobre
cómo obra y soportar mejor que los otros sus sufrimientos. Si te adhieres a
este parecer, vivirás con mejor ánimo y evitarás no pocas calamidades en la
vida – la envidia, los celos y la malevolencia” (Kirk, p. 598-599).
Al parecer, alguien con buen
ánimo se distingue por su capacidad de soportar el sufrimiento y por su ética,
entendida como atención puesta en la acción. Además, Demócrito señala un tipo
de mal que proviene de sentimientos negativos que despiertan en los demás
nuestras acciones, y lo distingue de otro tipo de mal, que surge cuando nos
avocamos a emprender acciones por comparación con los demás.
En adelante, el tema de la
envidia se recreará con asiduidad. El buen sentimiento depende de la
satisfacción, de la moderación del placer, del regocijo (teryiV) en justa proporción (metriothV), y de una vida simétrica,
armónica, conveniente, pero también del diagnóstico de “cómo” se sufre y de la
observación de las situaciones de aflicción.
Modera entonces Demócrito el
goce para un buen ánimo, al identificar el deseo por raíz del sufrimiento;
aunque no como fuente de la situación concreta padecida, a pesar de la
reticencia de los intérpretes de Demócrito a relacionar el placer con el buen
ánimo, en tanto las afecciones no pudieran, perturbar el equilibrio o la
serenidad.
“D.L. …El fin es el buen ánimo,
que no se identifica con el placer, como suponían algunos que entendieron mal,
sino que es el estado en que el alma está serena y equilibrada, porque no la
perturba ningún temor, ni el miedo a los dioses, ni ninguna otra afección.
También lo llama “bienestar” y le otorga muchos otros nombres” (Santa Cruz de
Prunes y Cordero, p. 368).
Se excluye cualquier relación
del placer con el buen ánimo. Por lo que si la disposición determina para el
hombre su buen o mal daimón, su
felicidad o su desdicha, a la larga Demócrito no previene tanto del placer como
del deseo, y de ser el caso, del placer producto de la atención a lo efímero.
Sin embargo, por qué hay que compararse con quienes la pasan peor, a
modo de consuelo, pero no con quienes están mejor? Aparte de la ética, en el sentido
de observar cómo se obra y soporta el sufrimiento, se ha de renunciar al deseo
de emprender nuevas acciones para satisfacer las exigencias sociales.
Serenidad y equilibrio como medida del placer. Por lo tanto, la felicidad requerirá por condición una selección
sobre los placeres a asentir. La disyuntiva no se abre entre el placer y el
dolor, el buen ánimo y el placer, sino entre diferentes placeres. Tampoco
carece de pertinencia observar los distintos sufrimientos para contentarse con
lo que se tiene. Demócrito pretende eliminar el sufrimiento por la ansiedad del
que apetece más de lo que posee, pero también predica la aceptación del
sufrimiento a asumir con buen ánimo, sin envidia, celos o enemistad, al
entender que los demás sufren igual o incluso más.
“Estob, Flor. II: La mejor manera que
tiene el hombre de conducir su vida es estar lo más posible de buen ánimo y
apenarse lo menos posible. Esto sería posible si no se hiciese residir el
placer en las cosas mortales”. (p. 370). “Estob., Ecl: A la felicidad llama
“buen ánimo”, bienestar, armonía, simetría e imperturbabilidad. Dice que ésta
surge de la delimitación y de la elección de los placeres, y que esto es lo más
hermoso y lo más ventajoso para los hombres” (p. 371).
Demócrito categoriza la serenidad bajo el buen ánimo, y lo contrapone
al miedo, por la consecuencia del placer, en la medida en que, de entrada,
separa también el buen ánimo y la aflicción. Por miedo a sufrir, la filosofía
previene del placer, por efímero, no porque la acción placentera pudiera
producir un dolor posterior.
Kirk, G.S. Raven, J, E. y Shofield, M.
(1987). Los filósofos Presocráticos. Versión
española de Jesús García Fernández. Madrid: Gredos.
Santa Cruz de
Prunes, I. Corderon, N. Leucipo y Demócirito. En: Poratti, Armando. Conrado
Eggers Lan. Santa Cruz de Prunes, María Isabel. Cordero, Néstor Luis. Los
filósofos presocráticos. III. Madrid: Editorial Gredos,
1986.