Al pensamiento occidental lo guía una cultura
de muerte
Ya el
periodista Karl Kraus, que denunció, entre otras, en Die Fackel (La Antorcha), a la psiquiatría como una de las nuevas
formas de control de la vida privada en tanto asunto público, no dudó en
identificar al nazismo con una cultura occidental cuya etimología remite a: “Cultura que mata”[1]. En el ocaso cultural de Occidente asistimos al desarrollo de un
movimiento intelectual que, igual a un ave de carroña, consume el sufrimiento
para calmar la sed espiritual, la
voluntad de abstracción:
“El desesperado optimismo de una generación
que ha oído algo de “mirar a la muerte cara a cara” y no se siente obligada por
ello sino a repetir y a la violación de la humanidad! La utilización de un
romanticismo de guerras de liberación con fines de esclavización. Pululación de
todo lo utilizable: literatos, hechiceros, y también aquellos peones de lo
trascendente que se prestan en facultades y revistas, tratando de probar que la
filosofía alemana es la escuela preparatoria del pensamiento de Hitler. Ahí
está el pensador Heidegger, que ha sincronizado su bruma azul con la parda, y
comienza a reconocer que el mundo espiritual de un pueblo es “el poder de conservación
de las fuerzas de la tierra y de la sangre así como su poder de despertar la
conmoción más íntima y el mayor estremecimiento de su existencia”[2].
Sumidos
en una cultura occidua, del poniente, escuchamos hoy al intelectual que profiere un discurso teórico sobre el
papel de la filosofía y de las ciencias sociales para afrontar el problema del
sufrimiento humano. Y este es el punto crucial: ¿Cómo se atreve este hombre a
dictarnos el modo en que debemos pensar y actuar cuando el maltrato de los cuerpos
se remonta al maltrato político de la palabra? Kraus se atrevió a denunciar la brutalidad,
el horror y la crueldad que encubría el exceso de angustiado sentimiento de la filosofía
existencialista en boga. Incluso el ideal ascético, el sentido espiritual de la
vida arraigado en el sacrificio se descubre al servicio de la muerte y la
barbarie:
“Heidegger, que de acuerdo con los tiempos,
hace “servicio militar del espíritu”, no deja de decirnos como se ha de actuar:
“Hay que actuar con espíritu de persistencia en el preguntar, en medio de la
incertidumbre del ser en su totalidad”. Por suerte, el mismo periódico que cita
este párrafo nos da un seguro punto de apoyo: “Prueba y conserva lo mejor: los
quesos Berna lo son”. Pero uno sigue caminando a tientas”[3].
Para Kraus, todavía después del
discernimiento más macabro de la muerte, su generación –y debemos presumir que
en adelante nada ha cambiado–, no se siente obligada y, por el contrario,
repite, después del sufrimiento de la primera guerra mundial, una acción social
y política que compromete la muerte violenta, en un totalitarismo justificado
filosóficamente, que equipara en el periodismo la reflexión humana con la
publicidad de unos quesos.
Así pues, este planteamiento sencillo del
problema de falta de ética ante la muerte y la guerra complementa y critica el
enfoque que Heidegger expone en Ser y
tiempo, al pensar la temporalidad, y una estructura
ontológico-existenciaria de la muerte, para en consecuencia, formular el “ser relativamente a la muerte”.
El ser para la muerte y la crítica
Heideggeriana a la noticia como caso de defunción
De su parte, Heidegger sostiene que el
ser-ahí, Dasein, por el arreglo de la publicidad (Öffentlichkeit), del cotidiano estar juntos (des alltäglichen Miteinanders) sabe de la muerte como un “caso de defunción” (Todesfall), por lo que ésta ya no
sorprende como suceso (Ereignis) que
ocurre al interior del mundo. No nos
resulta llamativa (auffällig) la
muerte de desconocidos (Unbekannte).
Dicho de otra forma, la muerte se proyecta abstractamente como un
acontecimiento sin importancia, para el que se tiene una interpretación (Auslegung), pues el discurso expreso que
se conduce superficial y fugazmente, dirá: “Al
final también uno morirá, pero por de pronto permanece uno mismo sin que le
afecte” (betroffen: concernir)[4]. En otras palabras, la interpretación racional de un acontecimiento, la
muerte mía o ajena, disculpa la indiferencia.
De esta suerte, dice Heidegger, no se asume
la proximidad inminente (Bevorstand) de
la muerte. En su singularidad, la muerte implica la posibilidad de ser más
peculiar que el Dasein mismo ha de recibir[5]. Posibilidad última y extrema (äusserste)
a la que es arrojado (werfen: echar,
tirar, arrojar, yecto), de antemano, desde el momento en que el que existe. Para
Heidegger, la facticidad, la existencia y la caída caracterizan el ser para el
fin, el concepto existencial de la muerte[6].
Los reparos de Kraus a Heidegger:
Por el contrario, para Kraus, simplemente se
trata de un juego intelectual, si se quiere, ideológico, en un sentido
negativo, con la muerte de los otros. Con anticipo al “ser para la muerte” heideggeriano, al hombre la sociedad lo
consume en la “ab-yección”.
No se trata de la denuncia heideggeriana de una
conciencia de la muerte que no constituye más que una abstracción publicitaria;
y no se trata tampoco de censurar, entre otras, por ejemplo, cierta convicción
(Die Überzeugung), modo de certeza (Die Gewissheit) con que se
encubre la posibilidad de ser para el fin, en tanto, para Heidegger, la
disposición del ánimo, conduce al Dasein ante su arrojado: “eso-es-ahí-es”, “Dass-es-da-ist”
(Hecho de que es ahí), porque sólo el hallarse en la angustia (Die Angst), abre la permanencia en la
genuina amenaza (Bereoung) de la
muerte[7].
Según Kraus, este Heideggeriano “espíritu de persistencia en el preguntar,
en medio de la incertidumbre del ser en su totalidad”, y el poder
espiritual del pueblo para “despertar la
conmoción más íntima y el mayor estremecimiento de su existencia”, se
prestan a favorecer el pensamiento fascista, palabra también desgastada por el
marketing político. No es una cuestión de sentir auténtico. Después de todo, ¿cómo
se puede sentir en la amenaza inminente, no solo de la guerra, sino del
sufrimiento vulgar que nos abruma en la vida cotidiana?
Obsérvese su incisivo artículo: Viaje anunciado a los infiernos[8], en el que Kraus ironiza sobre un anuncio de periódico que al invitar a un “Circuito en automóvil por los campos de
batalla”, “rebosa de toda la infamia
de esta época, uno que bastaría por sí solo para hacerle un lugar de honor en
un estercolero cósmico al puré de divisas que se autodenomina ser humano”.
Tal
vez, influido por sus lecturas de Nietzsche, Kraus se encuentra prevenido de
“lo humano” y, singularmente, sospecha de la “cultura”, la falsedad más
relativa y propia al hombre con la que se comercia con impudicia[9], para preguntarse qué significa el “escenario
del delirio sangriento en el que los pueblos se dejaron cazar por nada de nada,
frente al monumento de interés cultural que es este anuncio. ¿No se ha
conservado en él de manera excepcional la misión de la Prensa, conducir a los
campos de batalla primero a la Humanidad y luego a los supervivientes?”[10]. En este artículo, Kraus compara la comodidad del viaje con el sin-sentido
del sufrimiento y muerte de las víctimas, señala que se ignoran las
prohibiciones penales del sensacionalismo y no duda en equiparar el negocio de
la guerra con la propagación excesiva de palabras[11].
Al respecto de la normativa penal y la regulación de los contenidos en
los medios, tampoco existe un criterio para decidir qué constituye una
denigración de la humanidad, un problema que se le presenta a los censuradores
o reguladores de medios de comunicación, en el momento de calificar un
contenido de violento, pornográfico o denigrante contra el honor, y en algunos
casos, se convierte esta en una mal llamada cuestión subjetiva: ¿Un desnudo
específico, o un asunto sexual es artístico o pornográfico? ¿Se presenta un
contenido violento para criticarlo o para su apología?
Aunque estos problemas obedecen más a
reglamentaciones imprevistas y a la falta de autorregulación de los medios para
respetar horarios o accesos con relación al público, y asuntos de calidad y ética,
la misma dificultad se presenta en el momento de calificar el trato
sensacionalista de imágenes del sufrimiento humano, y en general, al apreciar
la cultura del sufrimiento.
Se
toman estos conceptos (pornográfico, violentos, sensacionalista) como adjetivos
inasibles y permanecen en su indeterminación, esto es, abstractos. La denuncia
de Kraus, aunque pertinente, no está completamente justificada, porque rechaza
de tajo la cultura y el exceso de palabras. Otro, le hubiera podido replicar
que el paseo por los campos de batalla tiene por fin no olvidar la tragedia y
tomar conciencia para que no se repita[12]. Que hacen falta palabras
para advertir la indiferencia ante el dolor propio y ajeno. Sin embargo, para
Kraus no se trataba de un asunto de efectos de los medios o de educación
cultural, ni mucho menos de postular un valor de la historia del sufrimiento,
la crueldad y las masacres, y distinguir el tratamiento de las imágenes del
dolor en todas las épocas. Sencillamente, toda nuestra cultura rinde culto a la
muerte.
[1] “Occidens,ntis”: p. De pret. de “Occido”.
Occidente. “Occido, is, ere, cidi, cisum”:
Matar, asesinar. Molestar. Atormentar. “Occido,
is ere, cidi, casum”: Caer, padecer, morir. “Occidualis, e”: Adj.
Occidental. “Occiduus, a, um”:
Adj. Caduco, ruinoso. Que mata. Que se pone en el ocaso.
[2] KRAUS, Karl. Escritos. Edición de José Luis
Arántegui. Visor, la Balsa de medusa: Madrid, 1990. P. 197.
[3]
Ibidem.
[4] “Die Öffentlichkeit des alltäglichen
Miteinanders “kennt” den Tod als ständig vorkommendes Begegnis, als “Todesfall”.
Dieser oder jener Nächste oder Fernerstehende “stirbt”. Unbekannte “sterben”
täglich und stündlich. “Der Tod” begegnet als bekanntes innerweltlich
vorkommendes Ereignis. Als solches bleibt er in der für das alltäglich
Begegnende charakteristischen Unauffälligkeit. Das Man hat für dieses Ereignis
auch schon eine Auslegung gesichert. Die ausgesprochene oder auch meist
verhaltene “flüchtige” Rede darüber will sagen: man stirbt am Ende auch einmal,
aber zunächst bleibt man selbst unbetroffen”. HEIDEGGER, Martin. Sein und Zeit. Max Niemeyer Verlag:
Tübingen, 1993. P. 252. (Corresponde
al parágrafo 51. Das sein zum Tode und
die Alltäglichkeit des Daseins).
[5] “Der Tod ist eine Seinsmöglichkeit, die das Dasain
selbst zu übernehmen hat. Mit dem Tod steht sich das Dasein selbst in seinem
eigensten Seinkönnen bevor. In dieser Möglichkeit geht es dem Dasein um sein
In-der-Welt-sein schlechthin. Sein Tod ist die Möglichkeit des
Nicht-mehr-dasein-könnens”. Ibid. P. 250. (Parágrafo. 50 Die Vorzeichnung der existenzial-ontologischen
Struktur des Todes).
[6] “Existenz, Faktizität, Verfallen
charaterisieren das Sein zum Ende und sind demnach konstitutiv für den
existenzialen Begriff des Todes”.Ibid. p. 252. (Par 50).
[7] Wie ist das genuine Erschliessen dieser sändigen
Bedrohung existenzial möglich? Alles Verstehen ist beffindliches. Die Stimmung
bring das Dasein vor die Geworfenheit seines “dass-es-da-ist”. Die
Befindlichkeit aber, welche die ständige und schlechthinnige, aus dem eigensten
verinzelten Sein des Dasains aufsteigende Bedrohung seiner selbst offen zu
halten vermag, ist die Angst”. Heidegger...p. 265. (Par.53. Existenzialer Entwurf eines eigentlichen
Seins zum Tode).
[9] “Pues si ya cada recorte de periódico significa un corte en la
creación, esta vez uno se encuentra ante la muerta certeza de que a una especie
envalentonada hasta hacer algo así no le queda ya ningún bien más noble al que
pueda herir. Tras el monstruoso estallido de su mentira cultural, y después de
que los pueblos han demostrado con toda contundencia en sus acciones que su
relación con lo que fue en otro tiempo cosa del espíritu consiste en un
impúdico juego de manos, tal vez lo bastante bueno para lograr que se le
enderece algo la cosa en el comercio con el extranjero, pero nunca lo bastante
para elevar el nivel moral de la humanidad, a ésta ya no le queda nada más que
la desnuda verdad de su condición, de forma que casi ha alcanzado un punto en
el que le resulta imposible mentir más, y en ningún otro retrato podría
reconocerse con tanta fidelidad como en este”. Ibid. 157.
[10] Ibid. P. 160.
[11] “Oyen lo que se les ofrece a ustedes como compensación por los
sufrimientos de ellos y por una experiencia de la que ustedes todavía hoy no
serían capaces de reconocer la finalidad, el sentido ni la causa”. Ibid. P.
160. “Llegan a saber que esos Estados
tienen párrafos del código penal que protegen expresamente la vida, aparte del
honor, de los piratas de la prensa, que hacen un deporte de la muerte y un
negocio de la catástrofe y recomiendan especialmente dar un pequeño rodeo y
pasar por los infiernos como viaje de otoño. Tendrán que esforzarse mucho para
no transgredir esos artículos, pero luego le enviarán al “Basler Nachrichten”
una carta de agradecimiento y reconocimiento. Reciben impresiones inolvidables
de un mundo en el que no queda ni un centímetro cuadrado de superficie que no
haya sido removido por granadas y anuncios por palabras”. Ibid. P. 161.
[12] “De nuevo aparece aquí el
espíritu de Israel, esta vez de la mano de Walter Benjamin, quien opone a la
concepción dominante de historia – que él llama historicista porque ahí el pasado tiene una función estética o de
validación del poder del sujeto – un concepto mesiánico o apocalíptico
de historia, dando a entender por ello la fragilidad del presente que puede ser
iluminado en un instante que es la fuerza fugaz del pasado olvidado. Solo hay novum: es la historia si se quiebra el
presente con la presencia del pasado olvidado. En la Leidensgeschichte o historia del sufrimiento está la posibilidad de
esa experiencia total sin la que no
hay historia. El sufrimiento no es el precio de la historia porque está tomado
en su radicalidad: como la actualidad de unos derechos pendientes no saldados
ni por la felicidad de las generaciones siguientes ni por el olvido, como
quería Nietzsche”. MATE, Reyes. La razón
de los vencidos. Anthropos. Barcelona, 1991. P. 23.