jueves, 18 de febrero de 2016

LA INDIGNACIÓN DE KRAUS ANTE EL FASCISMO EN LA FILOSOFÍA Y LA PRENSA


  

  Al pensamiento occidental lo guía una cultura de muerte

  Ya el periodista Karl Kraus, que denunció, entre otras, en Die Fackel (La Antorcha), a la psiquiatría como una de las nuevas formas de control de la vida privada en tanto asunto público, no dudó en identificar al nazismo con una cultura occidental cuya etimología remite a: “Cultura que mata”[1]. En el ocaso cultural de Occidente asistimos al desarrollo de un movimiento intelectual que, igual a un ave de carroña, consume el sufrimiento para calmar  la sed espiritual, la voluntad de abstracción:

  “El desesperado optimismo de una generación que ha oído algo de “mirar a la muerte cara a cara” y no se siente obligada por ello sino a repetir y a la violación de la humanidad! La utilización de un romanticismo de guerras de liberación con fines de esclavización. Pululación de todo lo utilizable: literatos, hechiceros, y también aquellos peones de lo trascendente que se prestan en facultades y revistas, tratando de probar que la filosofía alemana es la escuela preparatoria del pensamiento de Hitler. Ahí está el pensador Heidegger, que ha sincronizado su bruma azul con la parda, y comienza a reconocer que el mundo espiritual de un pueblo es “el poder de conservación de las fuerzas de la tierra y de la sangre así como su poder de despertar la conmoción más íntima y el mayor estremecimiento de su existencia”[2].

  Sumidos en una cultura occidua, del poniente, escuchamos hoy al intelectual  que profiere un discurso teórico sobre el papel de la filosofía y de las ciencias sociales para afrontar el problema del sufrimiento humano. Y este es el punto crucial: ¿Cómo se atreve este hombre a dictarnos el modo en que debemos pensar y actuar cuando el maltrato de los cuerpos se remonta al maltrato político de la palabra? Kraus se atrevió a denunciar la brutalidad, el horror y la crueldad que encubría el exceso de angustiado sentimiento de la filosofía existencialista en boga. Incluso el ideal ascético, el sentido espiritual de la vida arraigado en el sacrificio se descubre al servicio de la muerte y la barbarie:

  “Heidegger, que de acuerdo con los tiempos, hace “servicio militar del espíritu”, no deja de decirnos como se ha de actuar: “Hay que actuar con espíritu de persistencia en el preguntar, en medio de la incertidumbre del ser en su totalidad”. Por suerte, el mismo periódico que cita este párrafo nos da un seguro punto de apoyo: “Prueba y conserva lo mejor: los quesos Berna lo son”. Pero uno sigue caminando a tientas”[3].

  Para Kraus, todavía después del discernimiento más macabro de la muerte, su generación –y debemos presumir que en adelante nada ha cambiado–, no se siente obligada y, por el contrario, repite, después del sufrimiento de la primera guerra mundial, una acción social y política que compromete la muerte violenta, en un totalitarismo justificado filosóficamente, que equipara en el periodismo la reflexión humana con la publicidad de unos quesos.
  Así pues, este planteamiento sencillo del problema de falta de ética ante la muerte y la guerra complementa y critica el enfoque que Heidegger expone en Ser y tiempo, al pensar la temporalidad, y una estructura ontológico-existenciaria de la muerte, para en consecuencia, formular el “ser relativamente a la muerte”.


  El ser para la muerte y la crítica Heideggeriana a la noticia como caso de defunción

  De su parte, Heidegger sostiene que el ser-ahí, Dasein, por el arreglo de la publicidad (Öffentlichkeit), del cotidiano estar juntos (des alltäglichen Miteinanders) sabe de la muerte como un “caso de defunción” (Todesfall), por lo que ésta ya no sorprende como suceso (Ereignis) que ocurre al interior del mundo. No nos resulta llamativa (auffällig) la muerte de desconocidos (Unbekannte). Dicho de otra forma, la muerte se proyecta abstractamente como un acontecimiento sin importancia, para el que se tiene una interpretación (Auslegung), pues el discurso expreso que se conduce superficial y fugazmente, dirá: “Al final también uno morirá, pero por de pronto permanece uno mismo sin que le afecte” (betroffen: concernir)[4]. En otras palabras, la interpretación racional de un acontecimiento, la muerte mía o ajena, disculpa la indiferencia.
  De esta suerte, dice Heidegger, no se asume la proximidad inminente (Bevorstand) de la muerte. En su singularidad, la muerte implica la posibilidad de ser más peculiar que el Dasein mismo ha de recibir[5]. Posibilidad última y extrema (äusserste) a la que es arrojado (werfen: echar, tirar, arrojar, yecto), de antemano, desde el momento en que el que existe. Para Heidegger, la facticidad, la existencia y la caída caracterizan el ser para el fin, el concepto existencial de la muerte[6].


  Los reparos de Kraus a Heidegger:
 
  Por el contrario, para Kraus, simplemente se trata de un juego intelectual, si se quiere, ideológico, en un sentido negativo, con la muerte de los otros. Con anticipo al “ser para la muerte” heideggeriano, al hombre la sociedad lo consume en la “ab-yección”.
  No se trata de la denuncia heideggeriana de una conciencia de la muerte que no constituye más que una abstracción publicitaria; y no se trata tampoco de censurar, entre otras, por ejemplo, cierta convicción (Die Überzeugung), modo de certeza (Die Gewissheit) con que se encubre la posibilidad de ser para el fin, en tanto, para Heidegger, la disposición del ánimo, conduce al Dasein ante su arrojado: “eso-es-ahí-es”, “Dass-es-da-ist” (Hecho de que es ahí), porque sólo el hallarse en la angustia (Die Angst), abre la permanencia en la genuina amenaza (Bereoung) de la muerte[7].
  Según Kraus, este Heideggeriano “espíritu de persistencia en el preguntar, en medio de la incertidumbre del ser en su totalidad”, y el poder espiritual del pueblo para “despertar la conmoción más íntima y el mayor estremecimiento de su existencia”, se prestan a favorecer el pensamiento fascista, palabra también desgastada por el marketing político. No es una cuestión de sentir auténtico. Después de todo, ¿cómo se puede sentir en la amenaza inminente, no solo de la guerra, sino del sufrimiento vulgar que nos abruma en la vida cotidiana?    
  Obsérvese su incisivo artículo: Viaje anunciado a los infiernos[8], en el que Kraus ironiza sobre un anuncio de periódico que al invitar a un “Circuito en automóvil por los campos de batalla”, “rebosa de toda la infamia de esta época, uno que bastaría por sí solo para hacerle un lugar de honor en un estercolero cósmico al puré de divisas que se autodenomina ser humano”.
  Tal vez, influido por sus lecturas de Nietzsche, Kraus se encuentra prevenido de “lo humano” y, singularmente, sospecha de la “cultura”, la falsedad más relativa y propia al hombre con la que se comercia con impudicia[9], para preguntarse qué significa el “escenario del delirio sangriento en el que los pueblos se dejaron cazar por nada de nada, frente al monumento de interés cultural que es este anuncio. ¿No se ha conservado en él de manera excepcional la misión de la Prensa, conducir a los campos de batalla primero a la Humanidad y luego a los supervivientes?”[10]. En este artículo, Kraus compara la comodidad del viaje con el sin-sentido del sufrimiento y muerte de las víctimas, señala que se ignoran las prohibiciones penales del sensacionalismo y no duda en equiparar el negocio de la guerra con la propagación excesiva de palabras[11].
  Al respecto de la normativa penal y la regulación de los contenidos en los medios, tampoco existe un criterio para decidir qué constituye una denigración de la humanidad, un problema que se le presenta a los censuradores o reguladores de medios de comunicación, en el momento de calificar un contenido de violento, pornográfico o denigrante contra el honor, y en algunos casos, se convierte esta en una mal llamada cuestión subjetiva: ¿Un desnudo específico, o un asunto sexual es artístico o pornográfico? ¿Se presenta un contenido violento para criticarlo o para su apología?
  Aunque estos problemas obedecen más a reglamentaciones imprevistas y a la falta de autorregulación de los medios para respetar horarios o accesos con relación al público, y asuntos de calidad y ética, la misma dificultad se presenta en el momento de calificar el trato sensacionalista de imágenes del sufrimiento humano, y en general, al apreciar la cultura del sufrimiento.
  Se toman estos conceptos (pornográfico, violentos, sensacionalista) como adjetivos inasibles y permanecen en su indeterminación, esto es, abstractos. La denuncia de Kraus, aunque pertinente, no está completamente justificada, porque rechaza de tajo la cultura y el exceso de palabras. Otro, le hubiera podido replicar que el paseo por los campos de batalla tiene por fin no olvidar la tragedia y tomar conciencia para que no se repita[12]. Que hacen falta palabras para advertir la indiferencia ante el dolor propio y ajeno. Sin embargo, para Kraus no se trataba de un asunto de efectos de los medios o de educación cultural, ni mucho menos de postular un valor de la historia del sufrimiento, la crueldad y las masacres, y distinguir el tratamiento de las imágenes del dolor en todas las épocas. Sencillamente, toda nuestra cultura rinde culto a la muerte.    





[1] “Occidens,ntis”: p. De pret. de “Occido”. Occidente. “Occido, is, ere, cidi, cisum”: Matar, asesinar. Molestar. Atormentar. “Occido, is ere, cidi, casum”: Caer, padecer, morir. “Occidualis, e”: Adj. Occidental. “Occiduus, a, um”: Adj. Caduco, ruinoso. Que mata. Que se pone en el ocaso. 
[2] KRAUS, Karl. Escritos. Edición de José Luis Arántegui. Visor, la Balsa de medusa: Madrid, 1990. P. 197.
[3] Ibidem.
[4]Die Öffentlichkeit des alltäglichen Miteinanders “kennt” den Tod als ständig vorkommendes Begegnis, als “Todesfall”. Dieser oder jener Nächste oder Fernerstehende “stirbt”. Unbekannte “sterben” täglich und stündlich. “Der Tod” begegnet als bekanntes innerweltlich vorkommendes Ereignis. Als solches bleibt er in der für das alltäglich Begegnende charakteristischen Unauffälligkeit. Das Man hat für dieses Ereignis auch schon eine Auslegung gesichert. Die ausgesprochene oder auch meist verhaltene “flüchtige” Rede darüber will sagen: man stirbt am Ende auch einmal, aber zunächst bleibt man selbst unbetroffen”. HEIDEGGER, Martin. Sein und Zeit. Max Niemeyer Verlag: Tübingen, 1993. P. 252. (Corresponde al parágrafo 51. Das sein zum Tode und die Alltäglichkeit des Daseins).
[5] “Der Tod ist eine Seinsmöglichkeit, die das Dasain selbst zu übernehmen hat. Mit dem Tod steht sich das Dasein selbst in seinem eigensten Seinkönnen bevor. In dieser Möglichkeit geht es dem Dasein um sein In-der-Welt-sein schlechthin. Sein Tod ist die Möglichkeit des Nicht-mehr-dasein-könnens”. Ibid. P. 250. (Parágrafo. 50 Die Vorzeichnung der existenzial-ontologischen Struktur des Todes).
[6]Existenz, Faktizität, Verfallen charaterisieren das Sein zum Ende und sind demnach konstitutiv für den existenzialen Begriff des Todes”.Ibid. p. 252. (Par 50).
[7] Wie ist das genuine Erschliessen dieser sändigen Bedrohung existenzial möglich? Alles Verstehen ist beffindliches. Die Stimmung bring das Dasein vor die Geworfenheit seines “dass-es-da-ist”. Die Befindlichkeit aber, welche die ständige und schlechthinnige, aus dem eigensten verinzelten Sein des Dasains aufsteigende Bedrohung seiner selbst offen zu halten vermag, ist die Angst”. Heidegger...p. 265. (Par.53. Existenzialer Entwurf eines eigentlichen Seins zum Tode).
[8] “Reklamefahrten zur Hölle”. Fackel 577-582, o. 96-98; 1921. KRAUS, Karl. Op. Cit. P. 157.
[9] “Pues si ya cada recorte de periódico significa un corte en la creación, esta vez uno se encuentra ante la muerta certeza de que a una especie envalentonada hasta hacer algo así no le queda ya ningún bien más noble al que pueda herir. Tras el monstruoso estallido de su mentira cultural, y después de que los pueblos han demostrado con toda contundencia en sus acciones que su relación con lo que fue en otro tiempo cosa del espíritu consiste en un impúdico juego de manos, tal vez lo bastante bueno para lograr que se le enderece algo la cosa en el comercio con el extranjero, pero nunca lo bastante para elevar el nivel moral de la humanidad, a ésta ya no le queda nada más que la desnuda verdad de su condición, de forma que casi ha alcanzado un punto en el que le resulta imposible mentir más, y en ningún otro retrato podría reconocerse con tanta fidelidad como en este”. Ibid. 157.
[10] Ibid. P. 160.
[11]Oyen lo que se les ofrece a ustedes como compensación por los sufrimientos de ellos y por una experiencia de la que ustedes todavía hoy no serían capaces de reconocer la finalidad, el sentido ni la causa”. Ibid. P. 160. “Llegan a saber que esos Estados tienen párrafos del código penal que protegen expresamente la vida, aparte del honor, de los piratas de la prensa, que hacen un deporte de la muerte y un negocio de la catástrofe y recomiendan especialmente dar un pequeño rodeo y pasar por los infiernos como viaje de otoño. Tendrán que esforzarse mucho para no transgredir esos artículos, pero luego le enviarán al “Basler Nachrichten” una carta de agradecimiento y reconocimiento. Reciben impresiones inolvidables de un mundo en el que no queda ni un centímetro cuadrado de superficie que no haya sido removido por granadas y anuncios por palabras”. Ibid. P. 161.
[12] “De nuevo aparece aquí el espíritu de Israel, esta vez de la mano de Walter Benjamin, quien opone a la concepción dominante de historia – que él llama historicista porque ahí el pasado tiene una función estética o de validación del poder del sujeto – un concepto mesiánico o apocalíptico de historia, dando a entender por ello la fragilidad del presente que puede ser iluminado en un instante que es la fuerza fugaz del pasado olvidado. Solo hay novum: es la historia si se quiebra el presente con la presencia del pasado olvidado. En la Leidensgeschichte o historia del sufrimiento está la posibilidad de esa experiencia total sin la que no hay historia. El sufrimiento no es el precio de la historia porque está tomado en su radicalidad: como la actualidad de unos derechos pendientes no saldados ni por la felicidad de las generaciones siguientes ni por el olvido, como quería Nietzsche”. MATE, Reyes. La razón de los vencidos. Anthropos. Barcelona, 1991. P. 23.