En el sermón Quasi vas auri solidum ornatum omni
lapide pretioso, precisa Eckhart que no se debe comparar la nobleza de los
santos. Sin embargo, se asemejaría San Agustín a un recipiente de oro firme y
durable que encerraría la nobleza de las piedras preciosas.
Valorado el recibir y el contener, polariza Eckhart al
distinguir entre el acto de recibir, por parte del alma buena, y el de entregarse
Dios, para forjar la noción de la igualdad por la imagen de aquello a lo que se
está apegado o por lo que se es.
No se trataría más que de renunciar a todas las cosas
para tomarlas sin mediación del espacio o del tiempo, en tanto el alma lleva la
imagen de Dios.
Eckhart comienza por criticar cualquier tipo de
igualdad distinta de la del alma que lleva impresa la imagen divina, y la caracteriza
por la inmediatez espontánea, en tanto afirma que la voluntad no media entre la
imagen que atrae y el alma, pero tampoco participa el conocimiento o saber
alguno.
De modo que, en un primer momento, se enfatiza en la
distinción, en la diferencia, no en la identidad, entre la imagen de Dios impresa
en el alma, y el conocimiento o la voluntad:
“Debéis saber que la simple imagen divina, que está
impresa en el alma en lo más íntimo de la naturaleza, se recibe inmediatamente;
y lo más íntimo y lo más noble que existe en la naturaleza divina, se configura
por excelencia en la imagen del alma, y allí no es mediadora ni la voluntad ni
la sabiduría, como dije antes: si allí la sabiduría es mediadora, entonces es
la imagen misma” (p. 395).
La imagen de Dios impresa en el alma no surge por la
sabiduría, por lo que no conviene tomarla por una representación, aunque sí intervenga
una suerte de racionalidad por la que se configura la nobleza y la excelencia.
En un segundo momento, distingue Eckhart entre la imagen de Dios impresa en el
alma, y la divinidad misma: “Mas, Dios se halla en la imagen mucho más
noblemente de lo que la imagen se encuentra en Dios. Allí, la imagen no toma a
Dios en su carácter de Creador sino en cuanto ser racional, y lo más noble de
la naturaleza divina se configura por excelencia en la imagen” (395-396).
La divinidad se configura en la imagen, pero cabe
suponer que esta racionalidad noble de la imagen no se confunde con Dios, por
lo que en cierto grado la imagen previene y obstaculiza la unión o la
identificación. La imagen no es Dios, ni somos Dios.
Por consiguiente, para Eckhart no hay dificultad con
que Dios se dé de forma inmediata en la imagen impresa en el alma, pero sí en
el sentido contrario, en el darse del alma hacia Dios, a través de su imagen, presente
el escepticismo al indagar sobre la igualdad, de forma que se deriva una
dependencia de la imagen de Dios: “… la imagen no existe por sí misma ni
está para sí misma. Así como la imagen percibida por la vista, no proviene de
la vista y no tiene su ser en el ojo, sino que depende únicamente de aquello
cuya imagen es y a lo que está apegado” (p. 396).
De ahí que luego de cuestionar la imagen, Eckhart
señale la necesidad de un modo de vida desasido para vivir por Dios, en lo que
resulta importante advertir la dureza del desapego, en el dejar de darse a
alguien y a sí: “Mira: debes vivir exactamente así como acabo de decir de la
imagen. Debes existir por Él y para Él y no debes hacerlo por ti ni para ti ni
para nadie” (p. 396-397).
De todos modos, el amor y el apego tienen una relación
importante en lo concerniente a la intimidad en la que Dios se entrega al alma
desasida, como se aprecia en el ejemplo de la persona que lleva flores a una
tumba y le toma aprecio al lugar, o a lo que le pertenece a la persona amada: “Quien
tiene un amigo bien querido, ama todo cuanto pertenece a él y no le gusta lo
que es desagradable a su amigo”. Igual observa Eckhart de los perros que
siguen a su amo.
No es solo por la tensión entre el desasimiento y el
amor que aparece el conflicto, sino por el reclamo de consuelo o dulzura.
Parece difícil el desapego y no se puede volver una cuestión de mero intento en
la sola práctica, pues el recogimiento y el ensimismamiento no se dan de buenas
a primeras: “Pero algunas personas se
quejan de que Dios no les dé ni ensimismamiento ni recogimiento ni dulzura ni
consuelo especial. De veras, esa gente aún anda muy equivocada; uno bien puede
dejarlo pasar, mas no es lo mejor”.
Eckhart responde que cualquier configuración interior
que no tenga que ver con el Verbo o que consista en un mirar hacia afuera, está
mal, pero sin lugar a duda, la exigencia de aniquilación de todo lo creado,
incluso del deseo de consuelo interior, exige un proceso arduo en el ámbito
íntimo, que excluye toda suerte de interés:
“Mas, algunas personas pretenden mirar a Dios con su
propia vista como miran a una vaca, y quieren amar a Dios como aman a una vaca.
A ésta la amas por la leche y los quesos y por tu propio provecho. Así hacen
todos aquellos que aman a Dios por las riquezas exteriores o por el consuelo
interior; y ésos no aman a Dios como corresponde, sino que aman su propio
provecho” (p. 398).
Aunque se trata de un sermón místico por excelencia,
en el sentido de abordar la unión con Dios, en Quasi vas auri…Eckhart
procede más como filósofo que como teólogo, pues cuestiona su principal
supuesto, y dejó la formulación del problema para el final, después de haber
cuestionado falsos conceptos a propósito del pensamiento y los deseos,
examinados a partir de una perspectiva ética, en tanto ocultan, más de lo que
develan: “Todo aquello a que tú aspiras en tus pensamientos y que no es Dios
en sí mismo, nunca puede ser tan bueno como para no ser un obstáculo para la
suprema verdad” (p. 398).
Cabe admitir una dependencia de los sentimientos
ligados al recogimiento y el ensimismamiento, con la manera de pensar, desear y
actuar, que tiene que ser desinteresada y que requiere más que esperar la
entrega inmediata, pues hay que despojarse de las potencias del alma, para
obtener, si no la igualdad, por lo menos la impresión de una imagen parecida,
que lejos de consistir en una dicha eterna, resulta de la persistencia en el
dolor y la desdicha, en alternancia con la dicha y el amor:
“Debes ser perseverante y firme, esto significa: debes
mantenerte ecuánime en el amor y el dolor, en la dicha y la desdicha, y debes
poseer la nobleza de todas las piedras preciosas, eso quiere decir, que todas
las virtudes tienen que hallarse en tu interior y emanar de ti según su
esencia” (p. 399).
El desasimiento produce la virtud y altera los
sentimientos, no al revés. La virtud por sí sola encubre un interés que empaña
la experiencia de recibir y acoger la pureza de la divinidad.
Meister Eckhart. Tratados y sermones. Trad. Ilse Masbach de Brugger. Buenos Aires: Editorial Las cuarenta, 2013.