viernes, 26 de junio de 2020

Recibir a Dios. Sobre el sermón Quasi vas auri... de Meister Eckhart


En el sermón Quasi vas auri solidum ornatum omni lapide pretioso, precisa Eckhart que no se debe comparar la nobleza de los santos. Sin embargo, se asemejaría San Agustín a un recipiente de oro firme y durable que encerraría la nobleza de las piedras preciosas.

Valorado el recibir y el contener, polariza Eckhart al distinguir entre el acto de recibir, por parte del alma buena, y el de entregarse Dios, para forjar la noción de la igualdad por la imagen de aquello a lo que se está apegado o por lo que se es.

No se trataría más que de renunciar a todas las cosas para tomarlas sin mediación del espacio o del tiempo, en tanto el alma lleva la imagen de Dios.

Eckhart comienza por criticar cualquier tipo de igualdad distinta de la del alma que lleva impresa la imagen divina, y la caracteriza por la inmediatez espontánea, en tanto afirma que la voluntad no media entre la imagen que atrae y el alma, pero tampoco participa el conocimiento o saber alguno.

De modo que, en un primer momento, se enfatiza en la distinción, en la diferencia, no en la identidad, entre la imagen de Dios impresa en el alma, y el conocimiento o la voluntad:

Debéis saber que la simple imagen divina, que está impresa en el alma en lo más íntimo de la naturaleza, se recibe inmediatamente; y lo más íntimo y lo más noble que existe en la naturaleza divina, se configura por excelencia en la imagen del alma, y allí no es mediadora ni la voluntad ni la sabiduría, como dije antes: si allí la sabiduría es mediadora, entonces es la imagen misma” (p. 395).

La imagen de Dios impresa en el alma no surge por la sabiduría, por lo que no conviene tomarla por una representación, aunque sí intervenga una suerte de racionalidad por la que se configura la nobleza y la excelencia. En un segundo momento, distingue Eckhart entre la imagen de Dios impresa en el alma, y la divinidad misma: Mas, Dios se halla en la imagen mucho más noblemente de lo que la imagen se encuentra en Dios. Allí, la imagen no toma a Dios en su carácter de Creador sino en cuanto ser racional, y lo más noble de la naturaleza divina se configura por excelencia en la imagen” (395-396).

La divinidad se configura en la imagen, pero cabe suponer que esta racionalidad noble de la imagen no se confunde con Dios, por lo que en cierto grado la imagen previene y obstaculiza la unión o la identificación. La imagen no es Dios, ni somos Dios.

Por consiguiente, para Eckhart no hay dificultad con que Dios se dé de forma inmediata en la imagen impresa en el alma, pero sí en el sentido contrario, en el darse del alma hacia Dios, a través de su imagen, presente el escepticismo al indagar sobre la igualdad, de forma que se deriva una dependencia de la imagen de Dios: “… la imagen no existe por sí misma ni está para sí misma. Así como la imagen percibida por la vista, no proviene de la vista y no tiene su ser en el ojo, sino que depende únicamente de aquello cuya imagen es y a lo que está apegado” (p. 396).

De ahí que luego de cuestionar la imagen, Eckhart señale la necesidad de un modo de vida desasido para vivir por Dios, en lo que resulta importante advertir la dureza del desapego, en el dejar de darse a alguien y a sí: “Mira: debes vivir exactamente así como acabo de decir de la imagen. Debes existir por Él y para Él y no debes hacerlo por ti ni para ti ni para nadie” (p. 396-397).

De todos modos, el amor y el apego tienen una relación importante en lo concerniente a la intimidad en la que Dios se entrega al alma desasida, como se aprecia en el ejemplo de la persona que lleva flores a una tumba y le toma aprecio al lugar, o a lo que le pertenece a la persona amada: “Quien tiene un amigo bien querido, ama todo cuanto pertenece a él y no le gusta lo que es desagradable a su amigo”. Igual observa Eckhart de los perros que siguen a su amo.   

No es solo por la tensión entre el desasimiento y el amor que aparece el conflicto, sino por el reclamo de consuelo o dulzura. Parece difícil el desapego y no se puede volver una cuestión de mero intento en la sola práctica, pues el recogimiento y el ensimismamiento no se dan de buenas a primeras: Pero algunas personas se quejan de que Dios no les dé ni ensimismamiento ni recogimiento ni dulzura ni consuelo especial. De veras, esa gente aún anda muy equivocada; uno bien puede dejarlo pasar, mas no es lo mejor”.

Eckhart responde que cualquier configuración interior que no tenga que ver con el Verbo o que consista en un mirar hacia afuera, está mal, pero sin lugar a duda, la exigencia de aniquilación de todo lo creado, incluso del deseo de consuelo interior, exige un proceso arduo en el ámbito íntimo, que excluye toda suerte de interés:

“Mas, algunas personas pretenden mirar a Dios con su propia vista como miran a una vaca, y quieren amar a Dios como aman a una vaca. A ésta la amas por la leche y los quesos y por tu propio provecho. Así hacen todos aquellos que aman a Dios por las riquezas exteriores o por el consuelo interior; y ésos no aman a Dios como corresponde, sino que aman su propio provecho” (p. 398).

Aunque se trata de un sermón místico por excelencia, en el sentido de abordar la unión con Dios, en Quasi vas auri…Eckhart procede más como filósofo que como teólogo, pues cuestiona su principal supuesto, y dejó la formulación del problema para el final, después de haber cuestionado falsos conceptos a propósito del pensamiento y los deseos, examinados a partir de una perspectiva ética, en tanto ocultan, más de lo que develan: “Todo aquello a que tú aspiras en tus pensamientos y que no es Dios en sí mismo, nunca puede ser tan bueno como para no ser un obstáculo para la suprema verdad” (p. 398).

Cabe admitir una dependencia de los sentimientos ligados al recogimiento y el ensimismamiento, con la manera de pensar, desear y actuar, que tiene que ser desinteresada y que requiere más que esperar la entrega inmediata, pues hay que despojarse de las potencias del alma, para obtener, si no la igualdad, por lo menos la impresión de una imagen parecida, que lejos de consistir en una dicha eterna, resulta de la persistencia en el dolor y la desdicha, en alternancia con la dicha y el amor:

“Debes ser perseverante y firme, esto significa: debes mantenerte ecuánime en el amor y el dolor, en la dicha y la desdicha, y debes poseer la nobleza de todas las piedras preciosas, eso quiere decir, que todas las virtudes tienen que hallarse en tu interior y emanar de ti según su esencia” (p. 399).

El desasimiento produce la virtud y altera los sentimientos, no al revés. La virtud por sí sola encubre un interés que empaña la experiencia de recibir y acoger la pureza de la divinidad.     




Meister Eckhart. Tratados y sermones. Trad. Ilse Masbach de Brugger. Buenos Aires: Editorial Las cuarenta, 2013.