Hier sass ich, wartend, wartend,
-doch auf nichts,
jenseits von Gut und Bose, bald des
Lichts
geniessend, bald des Schattens, ganz
nur Spiel,ganz See, ganz Mittag, ganz Zeit ohne Ziel.
Da plötzlich, Freundin, wurde Eins zu Zwei
-und Zarathustra ging an mir vorbei.
Aquí
sentado yo, esperando, esperando, -pero a nada,
Mas
allá del bien y del mal, disfrutanto, pronto la luz, pronto la sombra, todo sólo juego,
Todo mar, todo medio día, todo tiempo sin fin.
Ahí repentino, amiga, llegaba a ser uno en dos
y Zarathustra pasó por mi lado.
¿Qué
importa que se maltraten tanto las obras de Nietzsche? ¿Qué se las usen a
acomodo del que escribe como P Sloterdijk, B Williams o J Buttler? Ya Th. W
Adorno reparaba en el paisaje de Sils Maria en el que avistaba una vaca sobre
un bote. A propósito de esta vaca sobrepuesta, o mejor, incrustada en el fondo
del paisaje, de modo que se ajustaba a la barca como si estuviera en ella, no
obstante advertir que obviamente se trataba de una ilusión óptica, pues
simplemente se apacentaba entre los botes, ¿no tiene más importancia este
movimiento de la vaca a la orilla entre los botes que la falsa imagen del toro
de Europa navegando triunfal sobre el Aquerón en alusión a una alegre mitología
de verdad? ¿Qué tiene que ver esta vaca con Nietzsche sumido en cierto placer
que sólo el juego del calor de la luz y el frescor de las sombras en el lago le
brinda y que según refiere en su poema saboreaba? La imagen de un toro sobre
una barca no tiene nada de triunfal y por el contrario sugiere también, a guisa
de fingido recuerdo, que bajo la oscilación de la barca sobre la superficie del
agua inestable la hondura amenaza la vida del animal.
Ridícula una “mitología de verdad”, más
presunción de vaticinio que reflejo del entorno. Por lo menos, no la constituye
una vaca sobre una barca sin pensar en el fondo abismal. La forma en que se
interpreta el escenario no corresponde a la situación en que yace Nietzsche en
tan querido enclave y donde Zarathustra pasa por su lado a pesar de hallarse
incómodo entre habitaciones estrechas y toscos campesinos que le tratan bien y
que él estima con gratitud.
Para colmo, Adorno continúa en su aparente
narración con las vacas que marchaban con visible agrado a lo largo de
espaciosos caminos trazados en el monte por los hombres, soslayando que las
vacas también trazan sendas con sus rastros y no siempre siguen el camino para
desviarse a abrevar o alcanzar algún jardín o fruto colorido según los atajos
del capricho. Según Adorno, los hombres cimentaron tales caminos sin
consideración hacia las vacas, a modo de modelo para comprender “de qué manera la civilización que oprimió a
la naturaleza podría asistir a lo oprimido”.
¿Mitología de verdad? ¿Modelo? ¿Naturaleza?
¿Civilización que asiste a la naturaleza oprimida? ¿La naturaleza oprimida y
asistida? Todo esto para introducir un breve texto a propósito de Nietzsche o
de Sils Maria? En todo caso, no se trata de la Sils Maria de Nietzsche y deja
entrever entonces que Adorno no entendía la dimensión y el valor de la obra de
Nietzsche al afirmar los conceptos que Nietzsche cuestionó con más fuerza:
verdad, naturaleza, modelo, civilización.
Sils Maria le dicta a Adorno pensamientos de
su factura que se confunden de mal talante con el de Nitezsche, o mejor, con la
fascinación de Adorno y Marcuse por el lugar donde declaraba sin reservas
Nietzsche, pensaba mejor. Para rematar, Adorno habla de sí como de Nietzsche,
lo imita, y así, consigna que desde lo alto las aldeas le parecían colocadas
por dedos ágiles, móviles y sin fundamento, a modo de un juguete. Además, este
asemejarse de las aldeas a un juguete en singular, le ofrece una promesa de
felicidad, de desmesurada fantasía, y cree, conmina a pensar que con ellas se
podía hacer lo que se quisiera con lo que se reduce así lo variado a una sola
apariencia juguetona sin que acaso se dominara por una ilusión óptica desde la
altura. ¿Pero acaso de tal fantasía depende una promesa de felicidad tal como
soñaba Nietzsche construir una casa más cómoda sobre el suelo de unas antiguas
ruinas romanas en una península del lago? Nietzsche tenía sus libros, la tranquilidad
no del paisaje sino del paraje, su soledad, y las comidas en el hotel
Edelweiss, lo ideal para un filósofo que quiera trabajar, sin duda, ya desde
entonces, mucho mejor y más apropiado que la universidad.
La experiencia de Adorno en Sils María fue la
claramente opuesta a la de Nietzsche. Marcuse y Nietzsche se morían por una
anécdota o un objeto que hubiera tocado el terrible filólogo que transformara
su filosofía sobre la producción y el arte. Toman distancia, dan rodeo frente
al hotel y pretenden al fin “conocerlo” por dentro y “saber” lo que contiene;
echar un vistazo como turistas sensibles que sortean la especulación y la conceptualización
filosófica cuando antes se adujo que en sus inmodestas dimensiones, era el
hotel “una de esas construcciones
diminutas coronadas por almenas, que en la infancia adornaban los túneles a
través de los cuales bramaba el trencito eléctrico”.
A Adorno le importa más Sils María como
objeto de culto que los eludidos motivos de preferencia de Nietzsche. Habrá que
añadir que Nietzsche no se ocultaba ahí tal como sostiene Nietzsche. Nadie se
oculta en un idilio; nadie huye de algo que nos gusta o ¿a quién le place el
ambiente universitario sin enfermar de engreimiento y presunción? Da risa
imaginar a Adorno y a Marcuse observando el Sptunik desde el techo y apuntando que
lo distinguían de Venus o cualquier estrella por su oscilante trayectoria como
si pareciera desencajado y a punto de caerse, con lo que advierten en el
Sptunik lo que no eran capaces de reconocer en la mitología verdadera de la
barca en la que apacentaba la vaca convertido en el Toro de Europa.
En adición, salta Adorno luego a la
consideración del sufrimiento, pero bajo la óptica del crítico de conductas y
modos de vida, al anotar que a la persona que alguna vez escuchó el chillido de
marmotas no le quedará fácil olvidarlo, no asimilable al silbido. Adorno dice
que suena mecánico, como impulsado por vapor, lo que le aterrorizaba, no sin
generalizar la experiencia:
“La
angustia que tuvieron que haber padecido los animalitos desde tiempos
inmemoriales se les ha congelado como una señal preventiva en la garganta;
aquello que ha de proteger su vida ha perdido la expresión de lo viviente. En
el pánico frente a la muerte han ejercitado la pantomima de la muerte”[1]. Sin
embargo, las marmotas viven a pesar de haber perdido la expresión de lo
viviente y adquirido la de la pantomima de la muerte maquinal. También los
jóvenes que acampan poco a poco tienen que ir más lejos refugiados en el
interior de la montaña y, para congoja de los que iban al campo con una imagen preconcebida
de este, ya no se escuchan los silbidos de los característicos de los amigos de
la naturaleza, con lo que adorno parece entender, en su Sils Maria, a la naturaleza por el bosque o selva espesa distinta
del campo civilizado en el que el paisaje ha perdido expresión, tampoco
identificable con ningún tipo de humanidad según el juicio de Adorno. No
obstante, qué pathos de la distancia ni que nada. ¿Qué tipo de ascesis puede
ser esta que lo confina a uno a gusto en un lugar? ¿Ayunar por salud para cenar plácidamente en
el hotel? ¿No refiere el pathos de la distancia más a un corte con ciertos
conceptos y formas de pensar, más que a modos de vivir donde es tan naturaleza
el monte verde como los montículos arena o piedra al lado de montañas de
deshechos industriales y residuos de minería? Por supuesto, hay una gran
diferencia en tanto todos esos deshechos industriales amenazan la vida, pero no
se puede sucumbir a la trampa dialéctica:
“Ambas
cosas, las cicatrices de la civilización y lo intocado más allá de la frontera
de los árboles, son contrarias a la representación de la naturaleza como algo
destinado a consolar cálidamente al hombre; ello delata ya lo que sucede con el
cosmos. La imagen corriente de la naturaleza es limitada, estrechamente
burguesa, calibrada a la zona minúscula en la que florece una vida
históricamente familiar. El “camino campesino” es filosofía de la cultura.
Donde el dominio sobre la naturaleza destruye es imagen animada y engañosa
parece acercarse a la tristeza trascendente del espacio. En lo que el paisaje
de la Engadina aventaja en su descarnada verdad al de la pequeña burguesía se
compensa por su imperialismo: el cuadro con la muerte”[2].
La exageración. De hecho Nietzsche se
encontraba extasiado con el lago, experiencia subvalorada por Adorno en su
juicio escasamente social y crítico a la vida humana, a la historia y a lo
cercano. Pese a tal escrupulosa recensión, no conviene entender el sentimiento
de distancia y de cercanía de forma que se reproche una cultura o forma de
vivir falsa y revestida de ilusión o una imagen engañosa frente a otra
verdadera, para amén de lo anterior, relacionar tal animación artificial con un
acuerdo con la muerte, es decir, con el fascismo en ciernes. Seguramente, a
Nietzsche, placido en el campo, tanto en invierno como en el verano, estos
prejuicios le tenían sin cuidado. Está claro que hasta aquí Adorno habla de sí,
y de su amorío cultural con Marcuse de turistas en Sils Maria, al punto de caer
en lo que rechazaban al ofrecer un contraste en su clasificación biopolítica,
en el mal sentido; codificación o categorización de los modos de vida, otra
forma de acuerdo que se adivina desde que apelan a la simbolización, ya fuera
con la Vaca sobre la barca o luego con la marmota agobiada en su competencia
frente a los ruidos ensordecedores de las construcciones humanas, preciosa
observación etológica y biológica que no encaja con la sistematización
mitológica o sociológica de las formas de vida.
“Cumbres que sobresalen por entre los vapores de la neblina parecen
incomparablemente más altas que cuando se elevan sobre una luz clara y sin
envoltura. Pero cuando la Margna lleva su ligero chal de niebla es ella,
coqueta y sin embargo reservada, una dama de la cual se puede estar seguro que
rechaza viajar s St. Moritz y hacer compras”[3].
¿Qué tiene que ver el filósofo con la
tipificación de la mujer que va de compras o la que recoge hongos en el bosque
con un luminoso y limpio chal ligero? ¿No que estaba fastidiado Nietzsche en la
estrechez de las casas del campo? Con más precisión, ¿no estaba mejor dichoso a
pesar de su incomodidad al pertenecer a la ciudad con casas de techos altos?
Anota Adorno que en el registro de la pensión Nietzsche firmó como “profesor
universitario”, mejor dicho, sin desprenderse de su aparente dignidad, pero que
estaba bien allí a pesar de sus dolencia nadie que nadie lo niegue.
“Hoy
sería uno un desclasado de la burguesía si viviese en tales condiciones
materiales. Confrontado con el nivel de vida ostentosamente alto se sentiría
uno humillado por la estrechez. Por entonces se podría comprar la independencia
espiritual al precio del más modesto pasar. También la relación entre productividad
y base económica subyace a la historia”.
A parte de la comparación en la que Adorno “registra”
dos tiempos y niveles de vida, inconscientemente Adorno nos ofrece una pequeña
e intelectual mofa de sí. ¿Humillado Nietzsche por la estreches? ¿Compraba
Nietzsche la independencia espiritual sufriendo las molestias de la estancia en
Sils María? ¿Tiene realmente algo que ver esta estancia, y su valor económico
con la productividad, por lo menos con la productividad intelectual? De ninguna
manera y tampoco es cierta su contraria, es decir, tener que sufrir para
producir o pensar según el gusto medieval. Marcuse y Adorno son unos
escolásticos invertidos.
Menos entiende la ironía que Adorno califica
de pedantería, al escribir Cocteau que los juicios de Nietzsche sobre la
literatura francesa se habían orientado por sus compras en la librería de la estación
ferroviaria de Sils Maria, porque ningún ferrocarril, ni estación, ni librería
existían allí. Está claro que Jean Cocteau no dominaba ni había ojeado la obra
de Nietzsche, y sus conocimientos sobre el eterno retorno se limitaban a lo a
su vez confinado en la lectura del Nietzsche
de Halévy.
Con todo, no hacen un catálogo ni lista de
objetos y termina Adorno centrándose en la negación de que en los sótanos de
Edelweiss o del Alpenrose reposaban manuscritos empolvados de Nietzsche
escatimando la facilidad de su destrucción. Fueron con Marcuse a buscar al
señor Zuan:
“Preguntado por detalles relató que Nietzsche acostumbraba llevar en
buen y mal tiempo una sombrilla roja (es de suponer que esperaba de la
protección contra los dolores de cabeza). Una pandilla de chicos a la cual
pertenecía el señor Zuan había convertido en una broma habitual esconderle
piedrecillas dentro de la sombrilla, que le caían sobre la cabeza en cuanto la
abría. Los perseguía siempre con el paraguas en la mano aunque nunca lograba
atrapar a ninguno. Pensábamos nosotros en qué situación difícil tenía que verse
envuelto el atormentado que en vano perseguía a sus atormentadores, a quienes
en el fondo a lo mejor daba la razón porque representaban la vida contra el
espíritu, a menos que la experiencia real de la falta de piedad lo hubiese
hecho dudar de algunos filosofemas. No podía recordarse el señor Zuan de otros
detalles, pero ofreció relatarnos algo sobre la visita de la reina Victoria y
le desilusionó un poco el que para nosotros ello no fuera tan importante. Entre
tanto el señor Zuan ha muerto, más que nonagenario”.
Es de lamentar que Adorno y Marcuse no
hubiesen sido mejores entrevistadores. Si el señor Zuan se acordaba del
paraguas, seguro también de más detalles, su forma de comer, sus hábitos o sus
expresiones. Y si la broma era repetitiva, ¿por qué tildarla de tormento en
semejante soledad, más proveniente de unos niños a los que no se les va a
golpear con la sombrilla? No se trataba aquí de la vida contra el espíritu,
como tampoco lucha la marmota contra la industria y en su trabajoso sufrimiento
tiene su encanto. Es este catalogo de las vidas, esta maña de agrupar o
diferenciar actitudes, acciones, pensamientos, y hasta sueños, la que se
confunde con un acuerdo con la muerte que nada sabe de nuestros modos de vivir
aunque nos apresure hacia ella en siempre nuevas prisas del mundo en su prorrogado
devenir. También la división de Nietzsche cuando Zarathustra pasa por su lado
ocurre de súbito.